Los hombres no son islas

Los hombres no son islas

EDITORIAL

TÍTULO ORIGINALGli uomini non sono isole

CIUDAD Y AÑO DE EDICIÓNBarcelona (2022)

Nº PÁGINAS296 págs.

PRECIO PAPEL18 €

TRADUCCIÓN

En la estela de Clásicos para la vida, el profesor y ensayista italiano Nuccio Ordine, conocido por la reivindicación de las humanidades en La utilidad de lo inútil, ofrece una segunda entrega de sus lecturas, orientadas en este caso a explicar por qué el ser humano se comprende a sí mismo solo cuando mira y se abre al otro, de modo que su felicidad depende de la capacidad que muestre a la hora de ponerse al servicio de los demás.

Su punto de partida para explicar cómo “los clásicos nos ayudan a vivir” (así dice el subtítulo) es la imagen geográfica del verso de John Donne –“ningún hombre es una isla”–, quien, postrado en cama, escucha doblar las campanas por la muerte de alguien y concluye que todos, ligados como estamos, morimos un poco cuando alguien desaparece.

En un momento en el que el vínculo social se encuentra en claro retroceso tras la pandemia vivida, la guerra en Ucrania, la crisis económica o las promesas de una vida virtual en el metaverso, no resulta baladí la propuesta de Ordine de mostrar a través de fragmentos de diferentes obras lo que nos enseña la literatura sobre la solidaridad del ser humano.

La reflexión sobre el texto de Donne inicia un primer decálogo de comentarios sobre clásicos culminados a su vez por numerosas propuestas más breves. Ordine se refiere, por ejemplo, a los Ensayos de Francis Bacon, quien recuerda que en la caridad no hay defecto por exceso y alerta de que si el hombre no la orienta hacia otros hombres, “podría acabar por dirigirse hacia otras criaturas vivientes”, algo muy actual por otra parte. La vulnerabilidad y la interdependencia afloran en la selección de Ordine como conceptos esenciales para salvaguardar la idea de una humanidad solidaria.

De Virginia Woolf extrae la idea de que el hombre es a la humanidad lo que una ola al océano. De las Epístolas a Lucilio, de Séneca, que “limitarse a no perjudicar al prójimo no basta”. Y hablando de amigos, en sus Ensayos, Montaigne expresa su amor por Étienne de La Boétie con su “porque era él; porque era yo”, o el “nos buscábamos antes de habernos visto”. De Saint-Exupéry, Ordine recuerda el concepto de domesticar, “crear lazos” para romper la monotonía de una vida replegada sobre uno mismo con el fin de darse a los demás, como enseña sabiamente el zorro al ingenuo Principito.

Las lecturas propuestas por Ordine son verdaderamente sugerentes, pero en ocasiones se intuye una inclinación hacia opiniones políticamente correctas. A este respecto, sería bueno recordar lo que decía su compatriota Italo Calvino: “Un clásico es una obra que suscita un incesante polvillo de discursos críticos, pero que la obra se sacude continuamente de encima”. Lo mejor de este libro, por tanto, es que la red que lanza Ordine atrape a muchos nuevos lectores y los atraiga hacia esos grandes libros de la literatura universal que nos ayudan a vivir.

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