Los días de París comienza con la llegada de la autora en el Orient Express a París, “el lugar de mis fantasías”, después de cuatro años de “revolución, de terror, de ruina, en los escombros de un mundo abolido” en su natal Bakú, la capital de Azerbaiyán, país que tuvo una efímera independencia durante la Revolución Rusa y en la que su padre, hombre de negocios dedicado al petróleo, fue designado ministro antes de ser detenido y encerrado en la cárcel, de la que consiguió salir para trasladarse también a París. La autora, Banine, casada a los quince años en un matrimonio concertado, abandona a su marido en Constantinopla antes de su viaje, para no reunirse con él nunca más. Para ella, París era sobre todo el símbolo de la libertad.
Umm El-Banu Äsâdullayeva (1902-1992), de seudónimo Banine, escribió sus memorias en 1942, cuando ya era una periodista y escritora de reconocido prestigio, amiga de destacados escritores europeos como Ernst Jünger, al que conoció en París durante la Segunda Guerra Mundial, y de Iván Bunin, quien también perteneció al numeroso círculo de escritores rusos exiliados en la capital francesa. Los días de París es la continuación de Los días del Cáucaso, memorias en las que relata su regalada vida y la de su familia en Bakú gracias al petróleo. El mismo ritmo de vida lleva en París, donde se reencuentra con sus hermanos y hermanas, su padre, su madrastra Amina y otros familiares. En la capital francesa, “los reyes del petróleo venidos a menos” viven gracias a la venta de joyas, sin pensar en el futuro, que acaba llegando y, como les sucedió a tantos otros miembros de familias ricas rusas, trajo consigo la pobreza, que obligó a todos los miembros a buscar un trabajo.
Banine encuentra un empleo como modelo y entra en contacto con un ambiente y un tipo de mujeres que, en aquellos años, solo buscaban la estabilidad económica siendo amantes de ricos burgueses. Banine, una joven culta y con otras aspiraciones, se muestra sorprendida de la “indigencia intelectual y artística” de sus compañeras de oficio, aunque acaba compartiendo con ellas el atractivo por el lujo, el dinero y la vida frívola.
La autora dedica un extenso capítulo a relatar las circunstancias y los estilos de vida de los exiliados rusos en París, que en muchos casos no asimilaron la cultura y las costumbres francesas (ni lo intentaron). Este capítulo recuerda al libro de Manuel Chaves Nogales Lo que ha quedado del imperio de los zares, compuesto por entrevistas a muchos de estos emigrados rusos.
La vida de Banine cambia cuando llega su prima Gulnar, también muy presente en Los días del Cáucaso. Ella encarna un estilo de vida liberal y permisivo que no tiene nada que ver con el que vivían las familias musulmanas de Bakú. Para ella, lo más importante es el lujo, la libertad, los sucesivos amantes. La última parte de las memorias cuenta sobre todo las aventuras de Gulnar, que Banine critica, aunque para imitar a Gulnar, a la que a pesar de todo admira, mantiene una breve y frustrada relación con un burgués de Orleans.
Aunque no aparecen en estas memorias, años después Banine decide dejar de ser modelo y dedicarse a la traducción, el periodismo y la literatura. Abandonó también el islam, aunque no lo practicaba, y se convirtió al catolicismo, experiencia que relató en un espléndido diario, Yo escogí el opio (del que existe una versión española de 1961 en la editorial Destino). Las memorias de Banine muestran desde su experiencia los grandes cambios que vivieron ella, su familia y tantos europeos a lo largo de medio siglo, cambios que arrasaron con las costumbres y tradiciones de culturas muy asentadas, como la azerí, y describen también la fascinación por la espumosa, superficial y bohemia vida de París de finales de los felices años veinte.