“La Madrugá no ha llegado aún a su ecuador y el cronista se palpa las costillas. Él quisiera ser preciso, narrar sin clichés lo que ha pasado, cuantificar sin excesos lo que ha sentido”. Con estas palabras, el escritor y periodista Jorge Bustos (Madrid, 1982) resume las intenciones estéticas que se propuso para la elaboración de unos reportajes dedicados a la Semana Santa de 2022, que aparecieron primero en el diario El Mundo y que ahora se recogen en este breve volumen.
No es un asunto fácil escribir sobre este tema. Como explica Juan Bonilla en el prólogo, “Sevilla es un género literario”, y abundan los escritores que han intentado describir tanto lo que es “la sevillanía” como su conocida y famosa Semana Santa. Bustos confiesa que se ha empapado de esos autores, desde Romero Muribe, Núñez de Herrera, Francisco Carco, pasando por el sevillano Chaves Nogales, que también dedicó un libro a su ciudad natal.
Los sevillanos dicen que los foráneos no saben escribir de manera acertada sobre su ciudad, pues suelen abusar de tópicos y de clichés. Y aunque el estereotipo puede funcionar en ocasiones, Sevilla es, para Bustos, mucho más. Por eso el autor deja claro desde el principio que “no quiere uno ser un turista más”. Su resumen último de la Semana Santa aparece reflejado en el título, La pena alegre, un oxímoron que ejemplifica muy bien el carácter sevillano y su manera de acercarse a estos hechos religiosos. Para Bustos, “es la idea sublime que ha tenido este pueblo para poder torturarse sin dejar de gozar”.
Acompañado del también periodista Carlos Herrera, quien conoce muy bien los entresijos de la Semana Santa sevillana, Bustos recorre las numerosas procesiones intentando atrapar los detalles, los gestos, la simbología, los sentimientos profundos del pueblo, reconociendo que “Sevilla no se ha movido del Siglo de Oro” en lo que a procesiones se refiere.
En el prólogo, Juan Bonilla destaca del estilo de Bustos su capacidad para mezclar “costumbrismo y mirada personal, periodismo y poesía, asombro y reflexión”. También el uso de imágenes resplandecientes, que añaden a sus textos –es una constante en los escritos de Bustos, licenciado en Filología Clásica y Teoría de la Literatura– un sabor muy literario, como cuando escribe: “Los reposteros adornan los balcones y los vencejos cosen el cielo a navajazos, quebrando a gritos el aire promisorio de abril”. La calidad literaria es una nota distintiva de estos reportajes y de sus escritos, como Asombro y desencanto, un libro de viajes, y Casi, sobre la vida de los sintecho en Madrid.
Junto con el intento de atrapar el carácter de los sevillanos, sobresale también su atención a los detalles costumbristas, como cuando habla del desparpajo de un camarero en una de las terrazas, o de ese bar que está empapelado de imágenes de la Semana Santa y cuya televisión, siempre encendida, retransmite solo procesiones durante todo el año. También reconoce que ha intentado esquivar a los jartibles, esos expertos en la Semana Santa sevillana que están tan absolutamente empapados de historia y conocimientos que puede resultar agotador tener una conversación con ellos.
Por las páginas aparecen la Macarena, el Cristo del Gran Poder, la Esperanza de Triana, la procesión de La Borriquilla y del Silencio, los costaleros y cofradías… Pero no estamos ante una guía pormenorizada o turística, sino ante el intento de captar el alma, de manera periodística, literaria y personal, de una tradición difícil de explicar y de entender para los que no son de allí. Bustos asume que hay muchas maneras de vivir la Semana Santa, que la gente encuentra en las procesiones cosas distintas, pero en todas ellas late una auténtica, viva y profunda religiosidad.