La clase

La clase

EDITORIAL

TÍTULO ORIGINALLa lezione. Discorso

CIUDAD Y AÑO DE EDICIÓNMadrid (2024)

Nº PÁGINAS146 págs.

PRECIO PAPEL14 €

PRECIO DIGITAL6,99 €

TRADUCCIÓN

GÉNERO

La enseñanza es el patito feo de la universidad. Ni es tenida prácticamente en cuenta para acceder a la carrera universitaria, más allá de la exigencia de impartir unas pocas horas de clase, ni existen incentivos para mejorar en esta función, uno de los dos pilares que definen la labor del profesor universitario. Como si para dar clase bastara asistir a una, primero, e impartirla después.

Por eso es de agradecer que algunos de los mejores constitucionalistas vivos, a ambos lados del Atlántico, al final de su carrera académica compartan sus reflexiones sobre la docencia. Lo hizo, en su blog y en distintas conferencias, el profesor Joseph Weyler; y también lo ha hecho el profesor italiano Gustavo Zagrebelsky, en una conferencia editada por él mismo y que acaba de publicar recientemente la editorial Rialp.

El aula es, para el constitucionalista italiano, la casa de las palabras, el lugar donde se pone nombre a las cosas y se manifiesta la naturaleza social del lenguaje. Sin palabras no hay vida humana. De ahí que la educación se reivindique como la base de la democracia y el vocabulario, como riqueza y como instrumento de igualdad.

Especialmente cuando se trata de enseñar derecho constitucional, ocupan un lugar destacado palabras como libertad y democracia, omnipresentes en esa rama jurídica, y que han ido cambiando de significado. En su evolución “se generan equívocos que hacen que la palabra se vuelva inútil o engañosa”. Por ejemplo, la palabra libertad, que ha servido para designar la facultad de elegir a quienes nos gobiernan y de terminar con los poderes tiránicos, hoy se utiliza para referirse a realidades tan distintas, y en cierto modo contradictorias, como el suicidio, el aborto o el fin de las restricciones impuestas con motivo del covid-19.

Mediando en la disputa clásica entre Condorcet y Talleyrand, el autor reivindica la clase como algo que va más allá de la transmisión de conocimientos. La docencia es también descubrir, informar y formar. Es establecer una relación, una conversación entre personas espiritualmente próximas, en la que se produce un intercambio mutuamente enriquecedor. De ahí que Zagrebelsky, lejos de veleidades peripatéticas, reivindique la clase como excursión, como un paseo con un objetivo, en el que hacer el camino es incluso más importante que alcanzar la meta. Se trata, en fin, de mantener el equilibrio en un tira y afloja permanente.

Se reivindica así la clase como un ejercicio de orientación vital. Una guía para salir y seguir adelante, para aprender a mirar más allá, para ampliar la perspectiva y rebasar los departamentos estancos; una ayuda en la búsqueda de sentido, la formación de criterio y el crecimiento de la autonomía personal.

Aunque a muchos profesores este planteamiento pueda resultarles utópico, es de agradecer que alguien recuerde de vez en cuando el camino al ideal y los obstáculos que toca superar para alcanzarlo. Así, el italiano critica el sistema de exámenes y la evaluación al profesorado por parte de los alumnos, algo en lo que coincide con Weyler, que denomina esta última práctica “test de popularidad”. Al echar la vista atrás y hacer algunos números, el autor, cuyas obras aún se leen en todo el mundo, defiende la clase como la mayor aportación social del profesor universitario, como su mejor legado, por el efecto multiplicador, por encima de muchas contribuciones científicas.

Y, en consonancia con sus tesis, nos regala una clase, en forma de libro breve, sumamente evocador para todos los públicos, no sólo para juristas, y lleno de continuas referencias, clásicas y contemporáneas, a la filosofía, la literatura, el cine… que además de mostrar la erudición del constitucionalista italiano, sirven para ilustrar cada uno de los temas.

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