La acepción de secuela como segunda parte de una obra, pero también como la huella que deja una enfermedad, no siempre es tan patente como en esta novela. Después de describir en Vidas provisionales (Acantilado, 2022) el romance intermitente entre Letiţia y Sorin en los años más asfixiantes de la dictadura rumana de Ceauşescu, Fontana di Trevi vuelve al mismo entorno, décadas más tarde, para relatar las consecuencias dolorosas de ese amor.
La memoria de los que volvieron del exilio para ser condenados gentilmente al olvido tiene también resonancias en España, y algunos de los pasajes de esta novela muestran que determinados procesos históricos dependen menos del sistema político que de la naturaleza humana. Cuando Letiţia viaja a Bucarest para reclamar una herencia, descubre a los antiguos comisarios del Partido Comunista reconvertidos en promotores inmobiliarios, y a los intelectuales que debieron huir de noche para que la Securitate no los detuviese, mendigando un puesto académico en la nueva Rumanía.
Este trasfondo, empañado de patetismo, casa bien con la propia historia de la protagonista, cuyas pequeñas traiciones y sordideces no fueron más que el ropaje de una enorme decepción. Ya instalada en Francia como fisioterapeuta, casada con su segundo amor sin olvidar al primero, al retornar a la patria relee el pasado sentimental y familiar sin alcanzar a “desprenderse de Rumanía”. El elenco algo extenso de personajes –se agradece el apéndice en el que se enumeran– va apareciendo en los capítulos sucesivos, y cada amigo, tío, medio hermano o antiguo compañero de trabajo con el que se relaciona reflota un fragmento de su propia historia.
Sin el apoyo de la anterior novela, a veces no es fácil orientarse en la maraña de vidas entretejidas, que además va y vuelve entre los años setenta, los noventa y la actualidad, pero es suficiente con no perder de vista a Letiţia para que el conjunto se compacte.
Una de las tramas más hondas es la que la relaciona con Claudia, la hija de sus anfitriones, a la que conoció cuando era una niña, y en cuya habitación se hospeda. Sin recargar el simbolismo, la joven doctoranda en Estados Unidos encarna con su ausencia lo que pudo ser, y hace aún más profunda la peor de las nostalgias, que es la que se siente por lo que nunca llegó a ocurrir. Pese a lo sombrío del relato, quizá la vieja pobreza material y moral ya solo se filtre por algunas grietas de la fachada de la nueva Rumanía, ostentosa y europea.