Los figurantes son actores que cruzan fugazmente el fondo de la pantalla en una serie o película, a los que los protagonistas no llegan a otorgar ningún significado: es la multitud que forma el coro, somos nosotros para tantas otras vidas, son las vidas de casi todos los demás para nosotros. Pero en otro sentido, destaca Javier Aranguren, “cada cual destaca absolutamente por algo (…). Entonces se cae en la cuenta de que la institución del figurante, del extra, es el mayor de los engaños narrativos que proporciona la ficción. No hay figurantes, sino personas”.
Con esta declaración de intenciones queda establecido el rumbo de la obra. El autor presenta un dietario intelectual por el que, a través de los asuntos que llaman su atención, perfila el retrato de su alma, tan similar en tantos aspectos a la de cualquier lector. Los microensayos de Figurantes (algunos de una línea, pocos de algunas páginas) son el intento, lleno siempre de ironía, de rescatar del paso del tiempo aquello que la desidia con que acostumbramos a mirar nuestro entorno suele condenar al olvido: el gesto de un niño, la conversación de la peluquera, el párrafo de un libro, lo que conversan dos personas, paseos, amigos, asombros, perplejidades. En algunos momentos la capacidad de observación de Figurantes alcanza cotas excelsas de profundidad y perspicacia.
Esta actitud de mirar no conduce a una ingenua idealización del tiempo que le ha tocado vivir. Numerosas entradas se dedican a reflexionar sobre la banalidad que se extiende como una metástasis por nuestra sociedad, o sobre la frustración ante un sistema educativo del que se ha extirpado el amor por el conocimiento y la curiosidad, y que sólo intenta justificarse en razón de burdos parámetros utilitarios.
Aunque “la única actitud inteligente en la vida es el amor, la alegría y el agradecimiento”, hay en Figurantes una conciencia dolorida por el paso del tiempo, por la incapacidad de explicar la presencia del mal, por la pugna inacabable que querría aminorar la carga de las propias contradicciones vitales. Invita Figurantes a la contemplación, al silencio, y la totalidad de sus páginas están, de un modo u otro, impregnadas de un trasfondo moral: “Me gusta estar aquí, entre prados, bajo un cielo gris, junto a un mar también gris, sintiendo llover. Y me gusta porque con ello mejoro, e incluso me hago bueno”.
En sus páginas finales, el ensayo/dietario profundiza en su vena intimista cuando Aranguren traza el marco sentimental por el que ha ido transcurriendo su vida, que en muchos aspectos es la de todos. Ha sido una vida intensa, siempre enaltecida por la conciencia, de pura raíz trascendente, de que le ha sido entregada para que, a su vez, él haga entrega abundante de ella. Lo demás sería fracaso.
Las reflexiones a las que se apresta el lector de Figurantes son incontables: ternura, humor, atención al detalle, claridad y calidad en el lenguaje, capacidad para descubrir la belleza y el valor de eternidad de los pequeños actos cotidianos, referencias literarias y cinematográficas, detalles de vida dignos de ser narrados. Así, en su forma de mirar la realidad, se logra la unidad de Figurantes. Eso es lo que ha valorado el jurado del I Premio de Ensayo Sapiente Cordis de CEU Ediciones, donde fue distinguido con el accésit.