Como ha hecho en Los extraños y en Las transiciones, Vicente Valero (Ibiza, 1963) vuelve a los años de la infancia en su tierra natal, en los estertores del franquismo y los albores de la transición a la democracia. El hilo conductor del libro son las visitas a personas enfermas, para acompañar a su madre, que dedicaba especial atención a parientes, vecinos y conocidos que padecían alguna dolencia, puntual o crónica, o que convalecían tras haber sufrido una operación.
Se trata de la mirada de un niño, llena de curiosidad, pero también de perplejidad ante el encuentro con el dolor y la postración. Por un lado, describe muy bien ambientes, lugares, situaciones, y a las personas con las que se encuentra, de muy variada condición, con ese estilo cuidado –a menudo con periodos largos, pero nunca farragosos–, característico del autor.
A esto se unen las impresiones y las reflexiones del niño ante lo que observa, con frecuentes toques de humor, así como el contraste entre una sociedad tradicional y los cambios que se anuncian con el auge del turismo y tras el fallecimiento de Franco.
Situaciones corrientes que a muchos lectores resultarán cercanas, pero con los matices propios del ambiente insular en el que se sitúan los recuerdos. La ironía nunca es amarga ni cínica, pues hay un trasfondo de comprensión, de solidaridad. El libro se lee de un tirón, porque lo que se cuenta es muy humano y está escrito con prosa fluida.