Martha Nussbaum (Nueva York, 1947) es una de las pensadoras más reconocidas y discutidas en la actualidad. Galardonada con el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales en 2012, casi todas sus publicaciones han sido traducidas al castellano. Si quien lee esta reseña no está familiarizado con su pensamiento, este libro constituye una excelente aproximación. La extensión del texto puede resultar inicialmente disuasoria pero, en cuanto se empieza la lectura, resulta difícil dejarla por varias razones. El tono es asequible para un público no especializado en filosofía pero que se pregunta por la justicia en el mundo de hoy; los temas que trata son actuales y de interés general; sus propuestas podrán ser compartidas en mayor o menor medida, pero no dejan indiferente porque invitan al pensamiento y al diálogo; las constantes referencias literarias y artísticas ilustran las ideas expuestas y amenizan la lectura.
Toda la trayectoria intelectual de Nussbaum está inspirada por la búsqueda de una sociedad justa. Para ello siempre parte de los principios de la obra de John Rawls Teoría de la Justicia (1971), pero con la pretensión de ir más allá. Por un lado, trata de dotar de mayor contenido el concepto de justicia de Rawls con el enfoque de las capacidades humanas, que han desarrollado tanto ella como Amartya Sen, y que presenta interesantes semejanzas con la teoría de los bienes humanos básicos de Finnis.
Por otro, Nussbaum desarrolla la reflexión sobre la importancia de las emociones para construir sociedades justas, que en Rawls estaba solo apuntada. Junto a estas dos propuestas –el enfoque de las capacidades y la trascendencia política de las emociones–, el tercer pivote de la obra de Nussbaum es la educación y concretamente la importancia de las humanidades para educar personas formadas y críticas. Aunque en Emociones políticas el tema central es el de las emociones, los otros dos aparecen entrelazados: la justicia de una sociedad necesita asentarse sobre unas emociones públicas correctas y esas emociones se promueven mediante la educación.
Nussbaum pone de manifiesto, desde la misma introducción y a lo largo de todo el libro, la dificultad de conciliar las aspiraciones de una sociedad liberal –en la que las personas no sufren coacción alguna del Estado acerca de sus creencias y opiniones– y el ideal de promover unas emociones sociales fuertes, que lleven a los ciudadanos a trascender su interés particular y a esforzarse por el bien común. Rousseau creía que el Estado debía suscitar esos “sentimientos de sociabilidad”, pero lo hacía a costa de liquidar libertades individuales. Kant, que no estaba dispuesto a aceptar esos recortes, se resigna a aceptar que la capacidad del Estado para promover esas emociones es muy limitada. Nussbaum ofrece una alternativa: el Estado debe garantizar los derechos individuales y, al mismo tiempo, promover las emociones que dan estabilidad a sociedades decentes.
Para Nussbaum, las emociones tienen siempre una dimensión valorativa: pueden estar orientadas a la libertad y la igualdad o a la exclusión, la violencia y el mantenimiento de los privilegios. La tercera y última parte del libro se centra en desentrañar la importancia y la dificultad de manejar esas emociones tan esenciales en la vida de las personas y en el devenir de las sociedades –como son el amor, la compasión, el miedo o la vergüenza– para lograr que sirvan a la construcción de sociedades justas.