David Eagleman, discípulo del materialista Francis Crick, descubridor del ADN, emprende en este libro la apasionante tarea de describir una serie de recientes descubrimientos sobre el funcionamiento del sistema nervioso, y propone un viaje que parte de la biología y llega a la ciencia-ficción, es decir, a lo que pudiera ser el futuro de la humanidad.
La actitud de fondo del autor es materialista y evita cualquier posibilidad de transcendencia o de apertura a lo espiritual. Eagleman mantiene una postura ecléctica, en la que unas veces se vuelve mecanicista; otras, conductista; y muchas veces busca una clave computacional que nos ayude a entender el funcionamiento del cerebro y la conducta humana.
El libro es de un enorme interés; está bien escrito y traducido y revisa cuestiones cruciales. Repasa los últimos hallazgos sobre anatomía y fisiología cerebral y explica de un modo didáctico y claro la maduración, el desarrollo y el envejecimiento del cerebro. Asimismo, analiza cómo se relaciona el hombre con el medio. En el capítulo titulado “¿Cómo decido?”, Eagleman se pregunta si la voluntad es libre, antes de introducirse, en la parte final del libro, en el futuro, para llegar a conclusiones que rozan la ciencia-ficción.
David Eagleman se mueve en un tono divulgativo, muy fácil de entender. A menudo, quizá para facilitar la com-prensión de determinadas cuestiones por parte del gran público, simplifica excesivamente y cae en errores. Por ejemplo, no es fácil validar las conclusiones de las nuevas técnicas de imagen funcional.
El autor confunde libertad con impredecibilidad. “La buena noticia es que la inmensa complejidad del cerebro significa que no hay nada predecible”, afirma. A lo que habría que responder que el hecho de que una respuesta por parte de un sujeto sea predecible no significa que no sea libre. En ningún momento acepta claramente la existencia del libre albedrío; parece inclinarse por la idea de que somos condicionados, pero también complejos, por lo que no puede demostrar esa ausencia de libertad, que parece un dogma de fe para el científico moderno.
Para este neurocientífico, el cerebro es un sistema de conexiones que va más allá de las neuronas. Las emociones, que guían igualmente el comportamiento humano, son a su juicio también relevantes. “Utilizar solo la razón puede ser peligroso, nuestras emociones son una circunscripción poderosa y… no podemos excluirlas”, señala.
Por otro parte, se plantea la posibilidad de vida consciente sin sistema neuronal, pero en lugar de aprovechar esta idea para entender que eso que subyace podría ser lo espiritual del hombre, divaga sobre si podríamos vivir eternamente en una realidad virtual o en otra cáscara distinta al cuerpo que nos viene dado por la naturaleza.
En resumen, se trata de un libro con muchos datos, muy bien explicados, con muchos ejemplos, con esa forma de pensar americana un tanto superficial y basada en el pragmatismo, pero sin una fundamentación metafísica que sustente las ideas. El ensayo, muy ameno, se lee como una novela de aventuras, pero se precisa de una buena formación filosófica y neurológica para acercarse a él. Con ambas es posible llegar a entender lo que lentamente va asomando tras los descubrimientos de los últimos años: que el ser humano escapa a toda interpretación materialista y reduccionista.