Un archivero pierde su trabajo en la Casa de la Prensa por culpa de la digitalización. Pero no se va con las manos vacías: pide a sus superiores que le permitan conservar el archivo, ya inútil, en el sótano de su casa, porque quiere seguir trabajando en él. Es un hombre en la cincuentena obsesionado con el orden y la clasificación, en los que encuentra alivio y seguridad frente al mundo inestable que le envuelve. Pero “la vida no está hecha de papel”.
Una de las carpetas del archivo está dedicada a Fabienne, amor de infancia y juventud del protagonista, que llegó a convertirse en una estrella de la canción. Él aún la ama, recuerda sus momentos juntos y valora un posible acercamiento. En ocasiones no queda del todo claro si rememora una conversación o la imagina, y otras veces confiesa no estar seguro de que las cosas ocurriesen de este o aquel modo.
En esta novela, Peter Stamm (Suiza, 1963) vuelve a ocuparse de uno de sus temas predilectos: la salida de un mundo ficcional hacia el real. Autor de obras como A espaldas del lago y Siete años, en El archivo de los sentimientos recupera también uno de los rasgos más característicos de su escritura: la extremada sencillez. El narrador protagonista reflexiona en un tono lánguido e indiferente sobre sí mismo, sobre su tendencia al aislamiento, sobre su incapacidad para tomar decisiones y asumir responsabilidades.
El planteamiento insólito desemboca enseguida en cuestiones que resultan familiares al hombre contemporáneo: la alienación, la incomunicación, la imposibilidad de conocer verdaderamente a los otros y de ser conocido por ellos, la carencia de referentes que den sentido al mundo. La acción es mínima y el ritmo lento, por lo que quizás esta novela no sea del gusto de quienes prefieren historias trepidantes. Si el tono hubiera sido más enérgico y ardoroso, tendría quizás más garra, pero se habría perdido una de las virtudes de la novela: la correspondencia sin fisuras entre forma y contenido.
El estilo sencillo y abúlico genera una sensación, sin duda pretendida, de desasosiego, y se ajusta tanto a las cuestiones planteadas como al carácter del protagonista, que se revela pronto un arquetipo (ni siquiera sabemos su nombre) del ser humano actual, con su confusión, su incertidumbre y su desgana.