La autora, superviviente del Holocausto, es una entre los más de 400.000 judíos húngaros que fueron deportados entre mayo y julio de 1944 y en su mayoría eliminados en los campos nazis, sobre todo en Auschwitz-Birkenau. Como se explica en la introducción y en la nota histórica final, este exterminio fue cruel y sistemático, según un plan que se había ido perfeccionando en las sucesivas deportaciones desde otros países europeos. La autora pudo salvar milagrosamente su vida con otras mujeres, a base de arrojo, valentía y fortaleza, tanto durante su estancia en los campos como en el momento de la huida.
Pero en los dos relatos que componen este libro, Hollander-Laffon (1927) no pretende volver a contarnos los horrores de esos tremendos días, sino más bien mostrarnos algo a lo que no estamos acostumbrados en este tipo de libros: aspectos humanos, muestras de delicadeza, que hasta en situaciones tan extremas están presentes. Es una nueva visión de los campos. No se prescinde de relatar momentos duros, crueles, pero son el fondo del cuadro; lo que vale son los detalles de humanidad que la autora insiste en mostrar y prueban que el hombre, esté en la situación que esté, no deja de ser humano, aunque le quede muy poco de vida.
Ella misma se encontró en un camino “lleno de espinos que me han herido a menudo, pero el sol ha ido apareciendo en el momento justo”. Su experiencia tuvo un término feliz gracias a que “el amor ha secado las heridas que representan las correspondientes aperturas a los caminos de la amistad”.
El primero de los dos relatos, Los caminos del tiempo, escrito en 1977 después de una estancia en un hospital, es un testimonio de aquellos momentos trágicos. Lo forman capítulos breves, compuestos por retazos de recuerdos; a veces son poéticos, a veces son más duros, pero siempre esperanzados. De uno de ellos se extrae el título. Aquí se presenta una reedición de ese testimonio, corregido por la autora.
El segundo, De las tinieblas a la alegría, es pura poesía y sentimiento. Toda una profunda reflexión interior, elaborada a partir de las narraciones que ha ido transmitiendo a sus alumnos de educación primaria y secundaria. Representa el camino de búsqueda de un Dios al que no es fácil encontrar entre tanta barbarie deshumanizada, y por eso concluye diciendo: “Estoy segura de que Tú, mi Dios, no querías el Holocausto y que el sufrimiento de cada uno de nosotros es Tu propio sufrimiento”.