Lo más hiriente de la dictadura digital que algunos vaticinan es la sumisión del ciudadano a las fuerzas del mercado, pero en la época del dataísmo el consumo indudablemente está llamado a reemplazar a la política. El paulatino proceso de privatización de la esfera pública y la erosión de la subjetividad es lo que narra, con palpable impronta foucaultiana, José María Lasalle, un comprometido pensador liberal que da un paso adelante para defender las libertades frente a la usurpación de las corporaciones tecnológicas.
Lasalle atina al cuestionar el nuevo marco cultural desde el prisma político, aunque partiendo de la dispersión de la corporalidad en un mundo que no llega a ser el de cerebros en una cubeta, pero que sí se encuentra dominado por algoritmos y redes. El pecado de nuestra edad tal vez sea el idealismo, agravado por la facilidad con que Internet permite moldear el yo, sorteando nuestra naturaleza carnal.
Pero ¿acaso puede haber ciudadanos sin cuerpos? La cibercultura debilita la ciudadanía y la democracia termina resintiéndose. Porque el cuerpo es límite, frontera, pero también el puente que hace posible el encuentro y el compromiso con el otro, el fundamento de la política. Por otro lado, ¿qué valor tiene en una civilización tecnológica la libertad, si el cableado neuronal cifra los inagotables misterios de la decisión humana? Son estas secuelas de la nueva economía del conocimiento las que, de acuerdo con Lasalle, han originado la crisis liberal, y no el populismo.
El ensayo, plagado de intuiciones brillantes que merecerían un desarrollo más detenido, explica la transformación del animal político en zoon elektronikón y la imposición de la conectividad como el bien humano por excelencia. Sea o no exagerado, asistimos a un lento proceso de descomposición del civismo y de erosión de los valores políticos, procesos a los que ha contribuido el capitalismo cognitivo.
No es convincente, sin embargo, atribuir toda la responsabilidad de la decadencia política a la tecnología; junto a ella, habría que hablar también de otros factores de índole cultural, así como de una concepción antropológica que, precisamente, surgió con las revoluciones liberales. De ahí que la sublevación a la que nos invita Lasalle, aunque atractiva, sea uno de los flancos para atajar la crisis. ¿Cuándo volveremos a plantear sin miedo la apremiante cuestión de naturaleza humana?