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Atrapados. Cómo las máquinas se apoderan de nuestras vidas

Taurus.
Madrid (2014).
318 págs.
19,50 € (papel) / 9,99 € (digital).
Traducción: Pedro Cifuentes.

TÍTULO ORIGINALThe Glass Cage. Automation and Us


Una versión de esta reseña se publicó en el servicio impreso 03/15

Nicholas Carr nos había advertido ya en Superficiales cómo un uso indiscriminado de Internet amenaza con reducir la concentración y las habilidades reflexivas. Ahora vuelve a la carga para llamar la atención sobre las consecuencias del uso de ordenadores y software para hacer cosas que solíamos hacer nosotros mismos. Su preocupación es que, si bien la automatización facilita nuestras vidas, también puede anular destrezas que nos enriquecen.

El progreso de la automatización nos ha relevado de tareas monótonas y pesadas, y nos ha espoleado hacia trabajos más excitantes. El problema es que actualmente dependemos cada vez más del software y menos de nuestros talentos. El GPS es muy cómodo, pero los mismos inuits, acostumbrados durante siglos a orientarse leyendo las señales de un paisaje nevado, hoy dependen del GPS para moverse en sus motonieves y no pueden salir de caza sin él. El software de vuelo ha hecho más segura la navegación aérea, pero se impone de tal modo al piloto que en situaciones de emergencia quien lleva los mandos ya no sabe reaccionar con la pericia del aviador de antaño.

Carr no es un epígono de la rebelión ludita que, a comienzos del siglo XIX, quería destruir las máquinas que suprimían empleos. Los economistas y la historia nos dicen que el aumento de productividad causado por el progreso técnico acaba creando más empleos de los que destruye temporalmente.

De todos modos, lo que le inquieta es que si las máquinas anteriores habían reemplazado los músculos del hombre, las nuevas parezcan destinadas a reemplazar su cerebro. “¿Y si el coste de tener máquinas que piensan es tener gente que no?”, se pregunta con el historiador de la tecnología George Dyson.

Las distopías vienen planteando un hipotético futuro en el que las máquinas tomarán el mando esclavizando a los hombres. Sin llegar a esto, Carr se plantea cómo el uso de la tecnología actual puede facilitar y a la vez desvalorizar nuestras vidas en el trabajo. La máquina asistida por ordenador tiene una gran precisión, pero puede hacer que el hábil trabajador manual de antes, orgulloso de su destreza, se transforme en un vigilante de máquinas; y el médico apreciado por su ojo clínico puede acabar convertido en un sensor humano que toma información del paciente para que el software adopte la decisión.

¿Cómo evitarlo? Carr sugiere no abandonarnos al fetiche tecnológico, e intervenir más en las decisiones sobre el diseño y uso de los sistemas informáticos y de las aplicaciones del software. No olvidemos, dice, que “el valor de una herramienta bien hecha y bien utilizada reside no solo en lo que produce para nosotros, sino en lo que produce en nosotros”. Lo que hace a una herramienta superior a otra no es su novedad. “La auténtica falacia sentimental es suponer que lo nuevo siempre está mejor adaptado a nuestros propósitos e intenciones que lo viejo. Esa es la visión de un niño, ingenua y dócil”. Uniendo las curiosidades históricas con la descripción de las últimas tendencias, Carr favorece una reflexión que lleve a controlar la deriva tecnológica.

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