Si hay un musical imbatible en la cartelera madrileña, ese es El Rey León. Cuenta ya 14 temporadas consecutivas en el teatro Lope de Vega de la Gran Vía y más de seis millones de espectadores en España. Esta obra ha conseguido hacer de la historia de Mufasa, Scar, Simba, Nala, Timón y Pumba una experiencia inolvidable al más puro estilo teatral. Aunque una película de animación protagonizada por animales que hablan no parecía la mejor candidata a convertirse en un éxito del género, los números hablan por sí solos: 112 millones de espectadores, 27 países y 70 premios internacionales.
Desde el primer minuto, con la salida del sol en la sabana africana y ese grito que habita en el imaginario colectivo de generaciones, el espectador entra en la historia conocida para experimentarla de una forma nueva. Las gacelas con sus saltos, el vuelo de diferentes aves exóticas, los andares elásticos del guepardo, el paso pesado de las jirafas… Cada animal es un desafío a la imaginación y es difícil trazar una línea que separe escenografía y vestuario en una coreografía en la que los intérpretes no desaparecen detrás del disfraz, sino que son parte de él.
Si uno se pregunta cómo es posible llevar una historia de leones a un escenario con humanos, en El Rey León el espectador es partícipe del proceso creativo que lo ha hecho posible: de la integración del actor y la máscara, del bailarín y la marioneta, y de los mecanismos que los dotan de movimiento y dramatismo. En palabras de la creadora y diseñadora Julie Taymor, el público “experimenta el acto de creación del personaje al mismo tiempo que está viendo al personaje”. Y esta doble experiencia teatral es una de las claves del éxito del musical.
Una oda a la cultura africana
Podría pensarse que la escenografía y el vestuario abruman de tal forma que restan fuerza a la historia, pero no es así. Para su versión musical, que dura el doble que la película (incluidos 20 minutos de descanso), el argumento se ha expandido, así como los personajes, por lo que conocemos más a fondo sus conflictos y sentimientos. El argumento también adquiere fuerza gracias a las nuevas canciones –Están en ti, Nuestro hogar…– que se añaden a las ya icónicas El ciclo sin fin, Hakuna Matata o Es la noche del amor, éxitos de Elton John y Tim Rice.
Al igual que la banda sonora original, el musical cuenta con la firma de Hans Zimmer, que colaboró en la expansión y creación de nuevas partituras junto con Lebo M, Mark Mancina, Jay Rifkin y la propia Julie Taymor. Resultado de la exploración y experimentación con ritmos africanos, las nuevas canciones incluyen cinco lenguas distintas del continente. El espectáculo cuenta además con una orquesta de diez músicos en directo y un coro de voces sudafricanas que enriquece el conjunto y acompaña a los solistas.
Más allá de lo musical, la oda a la cultura africana se palpa en los colores, estampados y abalorios del vestuario, que incorporan elementos tribales de distintas partes de África, un trabajo artesanal cuyos detalles son difíciles de apreciar desde la lejanía de la butaca. También los paisajes, que varían desde la sabana árida hasta la jungla de vegetación exuberante, pasando por el famoso cementerio de elefantes o el cañón de la estampida, son un viaje a aquellas latitudes.
Por último, la coreografía, obra del jamaicano Garth Fagan, es el resultado de una fusión de danzas en la que se aprecian elementos afro-caribeños que se ensamblan con el resto de elementos para conectar al espectador con la cultura africana. La suma de todo resulta en un conjunto teatral que ha hecho de El Rey León un musical imprescindible en el que los mayores volverán a sentirse niños y los pequeños disfrutarán de la magia del teatro en una experiencia única.