La amistad entre el bonachón inventor Wallace y su inteligente perro Gromit da una nueva vuelta de tuerca con la aparición de los Gnomorobots. Estos nuevos amigos se hacen con la confianza inmediata del ingenuo Wallace al facilitarle las tareas del hogar, pero Gromit en seguida sospecha de ellos.
Aunque tiene un tramo intermedio algo anodino y un desarrollo de personajes menos elaborado que en los anteriores largometrajes de Wallace y Gromit, esta película de animación vuelve a demostrar que el británico Nick Park sigue estando en un escalón superior en el uso del stop motion. La trama en esta ocasión se presta además a hacer una reflexión sobre los peligros de una tecnología empoderada que adormece la inteligencia y voluntad de los humanos.
Los personajes secundarios del policía jefe y su ayudante dan mucho juego a una historia plagada del mejor slapstick del cine mudo, con un detallismo muy imaginativo en cada plano. En este sentido, el primer cuarto de hora es de una trepidación tecnológica desbordante de imaginación y encanto.
Con esta película, Nick Park recupera el trono que había alcanzado en el stop motion ganando cuatro Oscar entre 1991 y 2006 (tres al mejor cortometraje y una al mejor largometraje), y que había perdido con algún título menor como Cavernícola (2018).