Predecible y aburrida resulta la tercera parte de las aventuras de los robots que se convierten en coches o camiones. La saga es rentable, y la marca que fabrica los juguetes sigue financiando al productor Steven Spielberg y al director Michael Bay. Esta vez, al ser tan larga la película, son más llamativos los ridículos personajes, los artificiosos y pueriles conflictos y unos diálogos de vergüenza ajena, para meterse debajo de la butaca.