Ángela es una joven sorda. Héctor es su pareja y es oyente. Los dos esperan su primer hijo con ilusión… y con muchos miedos. Eva Libertad se estrena en el largometraje con esta película que es, además, un proyecto personal. La protagonista de Sorda, Miriam Garlo, es su hermana. Miriam tiene discapacidad auditiva y, aunque la película no está basada en su historia, los cientos de horas de conversación entre las hermanas sobre las barreras de los no oyentes han sido la base imprescindible sobre la que se ha construido el guion.
Más del 5% de la población mundial sufre discapacidad auditiva. Unos 446 millones de personas que merecen que se lleve su historia a la pantalla grande con la profundidad y delicadeza con la que lo hace esta película. Sorda es una disección de los temores de la maternidad –tradicionales– que se unen, en este caso, al interrogante de si la niña (porque es niña la que viene) será sorda como la madre u oyente como el padre. Y una vez que nazca, el reto de que este nacimiento no separe a la pareja.
El guion de Sorda es magnífico. La historia tiene muchísima intensidad psicológica, pero todo transcurre en un ambiente personal y familiar natural, muy alejado del histrionismo que, a menudo, rodea otras películas con personajes discapacitados. En el fondo, la crisis de la pareja protagonista –y las puertas de salida– son idénticas a las de otras parejas: conocerse, quererse, perdonarse… y ceder. Aunque aquí las cesiones tengan que ser más generosas y, en este sentido, las escenas en las que los protagonistas comparten momentos y conversaciones con sus amigos, oyentes en unos caso y sordos en otros, son un alarde de escritura cinematográfica inteligente y de una gran eficacia dramática.
El otro pilar donde se apoya la película es la sobresaliente interpretación de los dos protagonistas: Miriam Garlo y Álvaro Cervantes. Hablar de naturalidad, de identificación y convicción es quedarse cortos. El arco dramático que desarrollan los personajes a lo largo de la historia es muy complejo: les pasan muchas cosas, muy intensas y muy íntimas, y hubiera sido muy fácil caer en la afectación o en la excesiva teatralización. Nada de eso ocurre. Los personajes no dejan de ser personas, de ser humanos, en ningún momento. Y eso facilita que el espectador conecte con un relato emotivo y necesario.
La escena final, que dialoga con serenidad con uno de los momentos más dramáticos de la película, es un broche de oro. La confirmación de que estamos ante un título de muchísimos quilates.
Ana Sánchez de la Nieta
@AnaSanchezNieta