Australia, 1995. La película comienza como si Shayda, joven madre iraní, y su hija Mona, de 6 años, estuvieran huyendo de la policía e intentando entrar clandestinamente en el país. La realidad es más prosaica y más dura. Shayda huye de su marido y se instala, con ayuda de una abogada, en un centro de acogida para mujeres. Ella y Hussein, su marido, habían viajado a Australia por motivo de estudios. Hussein resultó ser un maltratador. Shayda intenta conseguir el divorcio y la custodia de la niña. A la espera de una solución, Hussein recibe el permiso para ver a la niña una vez por semana. Lo que llena de ansiedad a su madre.
Shayda es, fundamentalmente, una maravillosa composición de la protagonista, Zar Amir Ebrahimi, que ganó la Palma de Cannes a la mejor actriz por Holy Spider. Ebrahimi interpreta a una madre fugitiva, una mujer que tiene miedo, que está procesando un trauma y que intenta construir un futuro, más para su hija que para ella. Los encuentros con su marido, que no parece un monstruo, son difíciles, y en ellos Ebrahimi consigue crear un retrato realista, lleno de matices. El público no puede dejar de rendirse ante ella y empatizar con su condición (y la de muchas otras mujeres en situación semejante), así como con Mona, que también es una víctima.
Además de Ebrahimi, que aparece en pantalla casi todo el tiempo, hay que reconocer que el ponderado retrato de Hussein es un acierto. Puede ser violento, pero es indudable el cariño que siente por su hija; también es un estudiante responsable que sueña con terminar sus estudios y regresar a su país para trabajar por el bien común.
El tono de la película es de suspense: el miedo de Shayda a ser descubierta por su marido, el miedo a tener que sufrir su violencia, el miedo a perder a su hija, el miedo a un veredicto negativo del tribunal son continuos. La sensación de opresión es reforzada por unos planos cortos filmados, en su mayoría, en interior.
Menos logradas son las historias rutinarias del centro de acogida, con unos curiosos intentos de socialización, alguna fiesta y un amago de romance que, a todas luces, desentonan.