Hace dos años, Alauda Ruiz de Azúa debutaba con Cinco lobitos, un lúcido análisis generacional que abordaba las luces y sombras del cuidado a través de la historia de una mujer de treinta y cinco años que tiene que afrontar –al mismo tiempo– el nacimiento de su primer hijo y la enfermedad de su madre. Una brillante ópera prima en la que destacaban una mirada humanista, un extraordinario oído para captar esas conversaciones que sólo ocurren en la intimidad de las familias y una magnífica dirección de actores que, todo hay que decirlo, se apoyaba en una cuidadosa construcción de personajes.
En Querer –una miniserie de cuatro capítulos de 50 minutos que se estrena en Movistar– la cineasta confirma estas señas de identidad. No se me ocurren argumentos más complejos que explorar la violencia sexual en un matrimonio que llevan treinta años juntos y tienen en común, además de media vida, dos hijos, un nieto, un patrimonio y un estatus. Todo esto saltará por los aires cuando Miren pida el divorcio a su marido y le denuncie por violación continuada. A lo largo de cuatro capítulos –que llevan los títulos de “Querer”, “Mentir”, “Juzgar” y “Perder”–, Ruiz de Azúa disecciona los vínculos, los miedos y las contradicciones de los cuatro personajes principales: el matrimonio y los dos hijos.
Hablando de la serie, la cineasta sostiene que, más que aportar respuestas, la serie pretende hacerse preguntas y poner luz sobre una realidad muchas veces silenciada e ignorada. “Si no puedes identificarlo, tampoco puedes denunciarlo”, señala. Y por eso, aunque el detonante sea la denuncia y el capítulo que recoge el juicio sea especialmente importante en la trama, la serie va mucho más allá. Se percibe un trabajo de documentación y de guion –a seis manos entre la propia Ruiz de Azúa, Júlia de Paz y Eduard Sola– muy profundo y alejado del maniqueísmo. Por muy abyectas que sean algunas de las conductas que se describen en la película hay un esfuerzo por tratar de entender, por no crear monstruos. Por reflejar cómo al abuso sexual no se llega de repente. “Para que se produzca la violencia sexual –afirma Ruiz de Azúa– tiene que haber otro tipo de violencia previa. Son más invisibles: la económica, la material, la psicológica. Al final se genera un clima de terror o de sometimiento que es el escenario para que ocurra la sexual”.
Es precisamente este acercamiento el que añade dramatismo. Lo que ocurre no es ni casual, ni obra de un villano. El ciclo de la violencia se alimenta, primero, de pequeños desprecios, y después de indiferencia, de faltas de respeto, de estallidos de ira que se justifican por el carácter o el estrés, de egoísmos incapacitantes para pensar en el bien del otro… Y se alimenta, también (qué bien se refleja en la serie), de aliados, de amigos que ríen “las gracias”, de familiares que quitan importancia o que disculpan. Y este ciclo, del que ninguno estamos vacunados, solo se rompe poniendo las cartas boca arriba, enfrentándose a la verdad y decidiéndose a vivir de otra manera, reconociendo la infinita dignidad del otro y respetando sus deseos, su manera de ver las cosas y de querer.
Ese romper la baraja puede conllevar sufrimiento, puede suponer una pérdida…, pero quizás signifique también un renacimiento. “A veces la familia se tiene que desmoronar para volver a construirse desde un sitio más honesto y que sea más respetuosa con todos”, afirma la cineasta. El guion de la serie refleja bien ese arco de transformación de los personajes que, en cierto modo, les redime –o no– del pasado.
Al trabajado guion lo acompaña una soberbia dirección de actores. No se entendería Querer sin el magnífico trabajo de Nagore Aramburu. Una composición muy compleja de un personaje que amenaza continuamente con quebrarse y que muestra, sin embargo, una sólida fortaleza. El resto de los intérpretes se muestran también absolutamente creíbles. El trabajo de iluminación y planificación –que utiliza los espacios y la atmósfera como espejo de los conflictos de los personajes– es sobresaliente. Al igual que la banda sonora de Fernando Velázquez.
En algunos momentos parece que Querer es más una película larga –necesariamente larga, porque lo que se cuenta no se puede despachar en un par de horas– que una serie episódica. La unidad de la trama es total y los conflictos son tan potentes que involucran de lleno a un espectador que se siente interpelado.
A pesar de la dureza de la temática, y de la violencia de dos largas y explícitas escenas sexuales, hay un esfuerzo de contención, de no recrearse en los aspectos más morbosos de la trama.
En definitiva, Querer es una de las series más valiosas del año; por su temática, por su mirada y por su propuesta de abrir un diálogo constructivo sobre un tema del que se ha hablado muy poco.