El canadiense Michael McGowan estrena una película muy entrañable, inspirada en un hecho que leyó en un periódico. El actor James Cromwell, en estado de gracia, y un guion austero y sin pedanterías, nos dejan una exquisitez para los amantes del cine intimista y sin artificios digitales.
En Quédate conmigo seguimos los avatares de Craig Morrison, un anciano granjero, padre de siete hijos y esposo de Irene. En su mujer aparecen los primeros síntomas de alzheimer, y Craig decide construir en su finca una casa sin escaleras, adecuada a las nuevas condiciones físicas de Irene. Pero ignora la compleja burocracia que implica su proyecto.
Esta sencilla historia se puede comparar con Amor de Michael Haneke, tanto por ciertos paralelismos argumentales, como por la radical diferencia en su tratamiento de fondo y forma. Amor era una película oscura, claustrofóbica, de interiores decadentes, con personajes que viven relaciones sin oxígeno… Por el contrario, Quédate conmigo es luminosa, con paisajes abiertos, y sus personajes se zambullen en la realidad que les rodea: Craig trabaja la madera, ordeña las vacas, busca soluciones a los problemas…
Si en Amor teníamos una hija única crispada, aquí son siete los vástagos que acompañan –como pueden– a sus padres, y hay amigos por doquier. Y lo más importante: ante el drama de la enfermedad degenerativa de la mujer, Haneke opta por el homicidio, McGowan por la sobredosis de vida.
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