Gabriel y su hermana nacieron en Burundi, de padre francés y madre tutsi ruandesa. La vida transcurre alegre y despreocupada hasta que el conflicto en la vecina Ruanda desborda las fronteras, y el asesinato del presidente burundés inicia una guerra civil en su país.
Eric Barbier adapta una novela, en parte autobiográfica, que fue best-seller en 2016. Gabriel es el inocente narrador de unos terribles acontecimientos difíciles de explicar. ¿Por qué se pelean? Su padre le dice “mismas tierras, misma lengua, mismas iglesias, diferentes narices, se pelean por las narices”. La película ayuda a recordar un triste conflicto que tuvo mucho de tribal y pasó inadvertido ante la tragedia genocida en Ruanda.
Es una película de bella factura, rodada en el país, brutal y sensible a la vez. La violencia se introduce paulatinamente en lo cotidiano hasta su estallido final. La injusta obligación de elegir un bando y odiar al otro conlleva a la definitiva pérdida de la inocencia. El director consigue mantener lo peor fuera de campo y evitar horrores gratuitos. El mensaje final es esperanzador. Los jóvenes actores, desconocidos todos ellos, son magníficos.