Todos adoran a la joven Parthenope, que despliega su jovial belleza en las mansiones más lujosas de la veraniega Capri. Pero esa perfección estética no lleva a la felicidad, sino a la sensación de pérdida y nostalgia de aquellos que la contemplan.
No es que me haya puesto lírico para contar el argumento de esta película; simplemente intento resumir una trama inexistente, tan abstracta como reiterativa en el cine de Paolo Sorrentino (La gran belleza, Fue la mano de Dios). Más que inmortal, la historia que cuenta esta película es eterna en su metraje. Un paseo turístico por los mejores paisajes napolitanos con una contemplación que pretende ser arrebatadora y termina siendo tediosa. El drama es tan nimio y epidérmico, que ni siquiera el gran reparto (Gary Oldman, Silvio Orlando) y la evidente intención de mostrar la fugacidad y decadencia de la belleza física es una excusa suficiente para tantos minutos de “esta indigestión de ego”, tal y como la califica uno de los directores más veteranos de nuestro país.
La película fue presentada en la sección oficial del Festival de Cannes y en las perlas del Festival de San Sebastián, con una recepción mayoritariamente negativa de una crítica hasta ahora rendida al sobrevalorado talento del cineasta napolitano.