Agustín Díaz Yanes, después de nueve años alejado de la dirección, vuelve a adaptar a Arturo Pérez-Reverte. En esta ocasión, lleva a la pantalla un relato inédito del escritor, que narra la aventura de una columna de conquistadores españoles en busca de una ciudad de oro.
La película es una producción cara para los habituales presupuestos del cine español; con ocho millones de euros se pueden hacer grandes cosas y eso se nota. Se trata de una producción notable, bien rodada, con una magnífica fotografía, gran sonido, buena puesta en escena y una bella banda sonora. También el elenco de actores está bien; da gusto ver los enteros en calidad que ha subido el cine español.
El problema es de guion. El puñado de aventureros que protagoniza el film pensaba obsesivamente en el oro, y Díaz Yanes ha hecho de esa obsesión y de su consecuencia –la brutalidad– el epicentro narrativo. La insistencia en esa única idea hace que la cinta resulte plana, sin ningún tipo de clímax.
En declaraciones recientes, el director y el escritor han comparado las gestas de los conquistadores españoles con las de los colonos norteamericanos que han creado el western cinematográfico: “Este es nuestro western, nuestra frontera, nuestra trágica épica; fuimos violentos, crueles, bestias, violadores y genocidas en algunos aspectos, pero también había una grandeza y una aventura fascinante”. La comparación es, efectivamente, muy oportuna; lástima que no hayan sabido mostrar esa grandeza épica de la aventura que tan bien recrea el western americano.
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