El adolescente Monkey D. Luffy tiene claro que quiere convertirse en el pirata más famoso del mundo. Pero, por ahora, solo tiene un sombrero de paja y mucho valor para convencer a su tripulación de que pueden encontrar el One Piece, el tesoro más valioso del que todo el mundo habla pero nadie ha podido descubrir.
Las adaptaciones de la animación manga a imagen real se han dividido en fracasos y decepciones (Death Note, Dragon Ball Evolution, Ghost in the Shell). One Piece ha roto esa tendencia convirtiéndose en pocas semanas en una de las series de mayor éxito de Netflix, a partir de una trama original muy popular del japonés Eiichiro Oda estrenada en 1999. Los creadores de esta adaptación son Matt Owens y Steven Maeda, guionistas especializados en versiones más bien insípidas de comics norteamericanos como Luke Cage o Agentes de S.H.I.E.L.D. El giro que han dado con esta nueva ficción es considerable, ya que la serie ofrece al espectador un relato novedoso y dinámico con múltiples referencias cinematográficas.
Las alocadas hazañas de este joven protagonista (bordado con la naturalidad y simpatía del mexicano Iñaki Godoy) siguen la estela del mejor cine de aventuras, que va desde los años 30 (habitualmente con Errol Flynn a la cabeza), hasta llegar al inicio de la malograda saga de Piratas del Caribe. Hay mucho humor en las ingeniosas situaciones y los giros que la serie hereda del manga original, adaptándolo a un lenguaje y ritmo más universal que gustarán a un público mayoritario. La galería de personajes tiene encanto y contención gracias a un casting y un guion muy atinados que facilitan un desarrollo dramático necesario, y que hacen que la trama no acabe siendo simplemente otro parque temático con un diseño de producción extraordinario.