El argumento de esta película se presenta como “una fábula épica romana ambientada en una América imaginada”. A partir de aquí, las interpretaciones podrían ser múltiples, pero parece que las conclusiones son muy similares. En su paso por el último Festival de Cannes, el clamor fue bastante unánime: esta hipérbole muere envenenada nada más nacer. Concretamente, en una primera escena con demiurgo explicativo que recuerda a Matrix y con un Adam Driver en lo alto de un rascacielos que parece querer suicidarse, pero que, en realidad está deteniendo el tiempo.
La película tiene una producción costosísima de 120 millones de dólares, salidos íntegramente del bolsillo de Coppola, que ha invertido en este último baile el dinero ganado con sus famosos viñedos. Pero todo en esta gran superproducción es un desacertado disfraz, con un reparto extraordinario envuelto en un vestuario estridente y hortera, y localizaciones exageradamente manipuladas por los efectos especiales. Demasiada estridencia para un guion que pretende llegar a la cima de la política, la filosofía y el arte cinematográfico, y termina resultando involuntariamente cómico y hueco, con personajes y actores en busca de algún tipo de coherencia o discurso lógico.
A sus 85 años, Coppola siempre conservará su posición en la cumbre de la historia del cine por tres o cuatro películas magistrales que siguen resultando imperecederas, pero nadie podrá negar que en su filmografía hay también una notable presencia de títulos sonoramente fallidos.