Al grano. Matrix Resurrections es la mejor secuela de Matrix. Suena contundente, pero en realidad significa más bien poco. Matrix se estrenó en 1999 y se convirtió pronto en una película de culto. Una mezcla de ciencia ficción y filosofía –casi teología– que, a punto de iniciar milenio, se presentaba como una gran parábola de lo que podría ser un futuro determinado por la realidad virtual. Cuatro años después se estrenaron Matrix Reloaded y Matrix Revolutions, dos películas absolutamente prescindibles que tenían, como único sentido, cerrar la trilogía.
Con la saga atada y bien atada, había cierta curiosidad por saber cómo Lana Wachowski resucitaba a Neo y a Trinity. Y hay que decir que lo mejor de este cuarto capítulo es precisamente un primer tramo que hace una lectura ingeniosa y paródica de todo lo que supuso hace veinte años el “universo Matrix”. Han pasado sesenta años y Neo es un creador de videojuegos que sobrevive gracias al apoyo de su psicoterapeuta. A Neo le pedirá Warner una cuarta entrega del juego, y ahí empieza todo. El ejercicio de metacine que se realiza en la primera parte es divertido y sirve para dialogar no solo con la primera película sino con la sociedad actual –muy diferente a la de hace dos décadas–, los fans de la película e incluso con la propia directora.
El problema es que una vez que se agota este diálogo, la película pierde interés y quedan todavía muchos minutos de idas y venidas, de peleas espectaculares, de debates filosóficos y reflexiones sobre el libro albedrío, de declaraciones de amor y, sobre todo, de toneladas de efectos especiales que eran espectaculares hace veinte años pero que ahora no pueden evitar un cierto carácter de déjà vu. Un déjà vu, por cierto, que es una constante explícita de todo este cuarto capítulo. Solo queda cruzar los dedos para que a Lana Wachowski no se le ocurra rodar otra trilogía.
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¿DirectorA?