Lee Harker (Mika Monroe), es una agente novata del FBI con una gran intuición. O algo más que eso. Tras resolver un caso importante es asignada para dar caza a un asesino en serie misterioso que sigue siempre un mismo patrón: no deja huellas salvo una carta firmada por él, Longlegs.
El director neoyorkino, Oz Perkins, que dio a conocer su talento para el terror con películas como La enviada del mal (2015) o Gretel y Hansel (2020), se postula con esta película como uno de los nombres a tener en cuenta dentro del género, sobresaliendo entre esa nueva camada en la que se encuentran otros jóvenes directores como Robert Eggers o Ari Aster.
Si ya en Gretel y Hansel vimos un gran manejo de la tensión y de la atmósfera, en Longlegs asistimos a su consagración. Perkins se aleja un poco de ese folk horror (aunque sigue habiendo pinceladas muy notorias) para dirigir un thriller psicológico inspirado en obras maestras como El silencio de los corderos (1991), Seven (1996) o Hereditary (2018), como ha reconocido el propio director. Perkins consigue crear un ambiente irrespirable en el que la acción se acelera con escenas de tensión contenida que dicen más por lo que ocultan que por lo que muestran. Decía Hitchcock, el maestro del suspense, que lo más aterrador del mundo es una puerta cerrada. El director oculta el escalofriante rostro de Nicolas Cage durante la mitad de la película, o muestra solo una parte, para que cuando este aparezca lo haga en un primer plano que hace que tus uñas se claven en la butaca.
El manejo de la fotografía es de lo más destacable de la película. Con un gran uso del plano fijo, Perkins hace que el espectador se sumerja de lleno en la traumática psique de una Mika Monroe que está sobresaliente. Como lo está también Nicolas Cage. El papel le viene como anillo al dedo: un desquiciado mental adorador de satán. Su manejo de la voz, de las expresiones, y ese talento natural para interpretar a locos de atar hacen que su actuación sea una experiencia aterradora.
La película está triunfando en taquilla y probablemente se convierta en la mejor película de terror del año. Pero, sobre todo, demuestra que el cine de terror está cambiando, se está renovando con directores que dotan al género de otro enfoque. Un terror más moderno que recorre tu cuerpo como un escalofrío constante. Es ese denominado elevated horror que ya no busca el miedo en un monstruo horripilante, sino en una noche sin luna o en una vieja bocina.