El origen teatral de esta película (una interesante obra de Mark St. Germain que bebe de un ensayo muy sugerente del psiquiatra Armand M. Nicholi) requería una adaptación inteligente al cine. La imaginada conversación en 1939 entre Sigmund Freud –el psiquiatra vienés al borde la muerte– y el profesor y escritor norirlandés C.S. Lewis –profesor de Lengua en Oxford y apologista cristiano– tiene unas arritmias que la hacen tediosa y acartonada. La idea (una conversación que tiene lugar el día que Alemania invade Polonia e Inglaterra le declara la guerra) no es mala, pero el levísimo cimiento dramático sobre el que se disponen los diálogos no resulta creíble: Lewis ha escrito en 1933 El regreso del peregrino: una apología alegórica del cristianismo, la razón y el romanticismo, y Freud tiene curiosidad por conocerle. Las posturas que sostienen ambos intelectuales cuando debaten sobre Dios y el sufrimiento no suenan creíbles: se usan frases reconocibles de obras de ambos ensartadas de cualquier manera.
Convertir la relación tóxica entre Freud y su hija Anna en una subtrama determinante no es acertado, por mucho que la relación entre ambos fuese realmente tormentosa. Tampoco ayudan los desafortunados flashbacks a experiencias dolorosas de los dos protagonistas. Hopkins y Goode interpretan a los dos personajes con aplomo, pero no logran que conectemos con una polémica sobre Dios y su relación con el dolor y el sufrimiento que resulta elemental y anodina.