La popularidad de los videojuegos está teñida muchas veces del recelo hacia quienes parece que se evaden del mundo y acaban viviendo vidas no reales en la pantalla. Este documental del cineasta noruego Benjamin Ree sorprende al dar la vuelta a ese prejuicio a través de la historia de Mats Steen. Mats falleció a los 24 años, víctima de una enfermedad degenerativa que lo tuvo postrado en una silla de ruedas desde su infancia y que fue obstaculizando cada vez más su capacidad de comunicación e interacción con el mundo circundante. Pero su afición a los videojuegos lo mantuvo activo y le permitió vivir, especialmente a través de World of Warcraft, una serie de experiencias y de relaciones sorprendentes.
Con sus anteriores documentales, Magnus (2016) y La pintora y el ladrón (2020), Benjamin Ree ya había demostrado su interés por contar vidas extraordinarias a través del arte y del juego. Aquí vuelve a hacerlo con precisión y originalidad, al utilizar el ingente archivo del chat de Warcraft para reconstruir los diálogos y situaciones vividos por el joven en el mundo virtual, así como el material de cine doméstico conservado por sus padres. El resultado es un sorprendente relato en dos tiempos –y a través de dos registros audiovisuales diferentes–, en el que conocemos primero a Mats y después a Ibelin, el avatar que reflejó la autenticidad y profundidad del corazón de su dueño al llegar a cientos de jugadores.
Sobrecoge ver cómo ese sencillo avatar sirvió al joven no sólo para correr, pelear y conocer lugares extraordinarios, sino también para vivir experiencias muy íntimas, como el amor, la aceptación, la solidaridad y, sobre todo, la amistad. Realidades muy profundas que marcaron su corta vida, en apariencia inmóvil y muy sufrida. Aunque apena la falta de trascendencia en los temas tan vitales que se tocan, la historia es, sin embargo, conmovedora y un canto a la vida, al mostrar la huella real de un joven enfermo, que anheló vivir cosas grandes y que lo logró a través de las pantallas.
