Las elecciones de 1996 en Yugoslavia mantuvieron a Slobodan Milošević en el poder, pero encendieron la mecha de la desconfianza en todo el país por la sombra del fraude electoral. Stefan tiene 15 años y adora a su madre, que trabaja en el gobierno contra el que muchos se manifiestan en las calles. Ella es todo en su mundo, pero sus mejores amigos lo desprecian por ello, ya que consideran que no es compatible ese afecto con la justicia y el amor a la patria.
En su tercera película, el cineasta serbio Vladimir Perišić (Ordinary People, Los puentes de Sarajevo) acude en parte a su biografía personal y en parte a la ficción para situar al espectador en una posición distante, libre e incómoda. En esas escenas tan afectuosas entre madre e hijo, en las que ella sigue viéndolo como un niño que no debería crecer, el director transmite la crueldad de la guerra y de la política, que envenenan hasta los núcleos más íntimos e inocentes. Este enfoque es muy sugerente y eficaz, aunque en algunas escenas el recorrido metafórico es algo redundante.
La actriz Jasna Đuričić (excelente como protagonista de la superior Quo Vadis, Aida?) hace una composición muy medida de un personaje completísimo en su fusión de ternura, empatía, manipulación y crueldad. Es esencial también la interpretación del joven y primerizo Jovan Ginić, que expresa con el silencio su traumático dilema moral y logra hacerlo llegar definitivamente al espectador con una sutileza dramática muy valiosa.
