Podría parecer que la cuarta entrega de la exitosa saga de Gru. Mi villano favorito es el resultado de esfuerzos vanos por alargar la trama y asegurar taquilla. Sin embargo, la secuela logra mantener la altura de la primera entrega, que vino cargada de humor y buenas sensaciones. El personaje protagónico ya se ha hecho con el afecto de una audiencia cada vez más amplia, en la que no solo los niños disfrutan de su testarudo genio y gran corazón.
Ahora Gru, agente de la Liga Anti-Villanos, debe atrapar a un antiguo compañero de la escuela que ha ideado un maléfico plan. Después de haberlo arrestado, el malo se da a la fuga y planea vengarse de Gru y su familia. Para protegerlos, la Liga los traslada a otro barrio, donde asumen nuevas identidades.
Entre las novedades de este episodio está la aparición de Gru Junior, el nuevo bebé de la familia, que parece haber heredado la picardía de su padre. Como es habitual, los minions también tienen su protagonismo en pantalla, una apuesta segura para conseguir el gancho cómico de la película.
Aunque la trama es más floja, la historia es entretenida, agilizada por la acción y las desventuras, a veces absurdas y jocosas, de los personajes. Como en la segunda película, vemos resurgir los sentimientos de paternidad de Gru en sus esfuerzos por hacerse con el cariño del nuevo miembro de la familia. En esta ocasión apenas intervienen las hijas adoptadas, algo que podría haber enriquecido el aspecto cómico de la película.
Con todo, la nueva cinta se mantiene en la línea de esta saga de animación que ya se ha convertido en un icono de la cultura popular. Y aunque en esta ocasión el humor esté más dirigido a una audiencia infantil, el resultado sigue siendo una película entretenida y una opción segura para poder disfrutar este verano en familia.