Contar el argumento de una película como Grand Tour genera bastantes complicaciones. Es un viaje más que una trama, en el que el protagonista, un funcionario del Imperio Británico, huye de su prometida el día en que ésta llega para casarse. Pero esta “persecución” de la mujer abandonada a su futuro marido no pretende ser trepidante.
Miguel Gomes (Las mil y una noches, Tabú) ha obtenido con esta película la mayor consideración de su trayectoria con el premio al mejor director en el pasado Festival de Cannes. Fiel a su estilo, este cineasta construye desde la desintegración dramática, narrativa y visual, mostrando un collage de imágenes de indudable intención artística que el espectador parece que tiene que admirar más que intentar ordenar.
El trayecto es completo y minimalista, con un tono que parece hacer equilibrios entre la nostalgia endémica del protagonista y el vitalismo y la variedad de los paisajes naturales y urbanos. A la mayor parte de la crítica internacional ese recorrido le pareció fascinante tanto visual como dramáticamente. Siento no compartir ese entusiasmo más que en algunos momentos del excesivo metraje elíptico.