La “comiquización” de la cultura popular parece una tendencia inagotable de los últimos años. Cine, televisión y videojuegos han entrado a explorar y explotar un universo ficcional que ya de por sí era propenso al reciclaje, la relectura y el relanzamiento. Durante décadas –basta con recordar que Batman nació en 1939, de la pluma de Bob Kane–, sellos como DC Comics y Marvel han ido ampliando la geografía emocional del superhéroe, aplicando vueltas de tuerca a sus psicologías, ensanchando sus mitologías, estableciendo paralelismos sociopolíticos, añadiendo espesor dramático en villanos y secundarios e, incluso, cruzando historias y protagonistas. En 2016, por anticipar un ejemplo señero, se estrenará en los cines un esperadísimo Batman vs Superman. Pero basta con estar atento una vez al mes a la cartelera para toparse con capitanes américa, ironmanes, vengadores, linternas verdes, watchmen…
Esta tendencia demuestra la versatilidad del superhéroe, su inagotable carácter proteico. La ficción televisiva contemporánea, como es lógico, no ha resultado ajena a esta entretenida epidemia. El formato televisivo, tanto en su vertiente episódica-autoconclusiva como en su posibilidad de trabajar las tramas de fondo durante años, constituye un recipiente narrativo idóneo para las historias de superhéroes. Es fácil enfrentar al protagonista con el villano de la semana mientras que se trabaja la mitología de fondo. Agents of SHIELD, Constantine, Arrow o The Flash constituyen ejemplos del vigor de las adaptaciones de cómics en la televisión reciente; el acuerdo comercial entre Marvel y Netflix para desarrollar más historias por capítulos demuestra que el fenómeno dista de haber tocado techo. ¡Hasta Syfy prepara un acercamiento a los orígenes de Superman que se llamará Krypton!
El pasado de los personajes de “Batman”
Este largo contexto es necesario para entender por qué aterriza ahora Gotham, la ambición del año para la Fox estadounidense (en España, en Canal Plus Series). La premisa tiene su punto, aunque hasta el momento (12 capítulos emitidos en EE.UU.) la ejecución resulte titubeante: es una serie que está buscándose a sí misma. Aún no ha terminado de encontrar su tono ni ha demarcado los límites de su ambición.
Gotham entroncaría con lo que comúnmente se llama “precuela”. Los espectadores conocemos razonablemente el presente –incluso con las variaciones ejercidas por tal cómic o cual adaptación cinematográfica–, pero Gotham trata de rastrear el pasado. Es decir, aunque suene paradójico, es una propuesta que bebe de una mitología al mismo tiempo que la nutre. El punto de partida es el asesinato de los padres del pequeño Bruce Wayne, pero el protagonista no es el hombre murciélago y su inseparable mayordomo Alfred (aquí reciclado en experto luchador), sino el joven policía James Gordon, futuro aliado de Batman en su lucha contra el crimen. La gracia de la serie, por tanto, radica en llenar los huecos: contemplamos la infancia y juventud de todos los villanos que irán poblando ese barrizal de corrupción, crimen y mafia que responde al nombre de Gotham. Una chica pordiosera con agilidad felina (CatWoman), un engolado forense que habla con acertijos (Enigma), un fiscal del distrito con ataques de ira (Harvey Dent/Dos Caras) o, el más conseguido en la serie, un viscoso mafiosete de tercera fila con andares de Pingüino y complejo de Edipo. ¡Y los que quedan por asomar la patita, desde jókeres hasta hidras venenosas!
En la corrupta ciudad de Gotham, el detective James Gordon ha de moverse siempre al borde del precipicio para salvar su integridad
Y ahí –en el pacto de relectura– es donde la serie creada por Bruno Heller (Roma, El mentalista) no termina de encontrar su frecuencia de onda. Le falta mala leche para retratar el lado oscuro –por mucho que la grisácea fotografía de la ciudad genere un ambiente malsano– y no termina de instaurar el necesario equilibrio entre guiño y novedad. Porque ese es el gran reto de una revisitación de tanta envergadura: atraer espectadores con ganas de entretenimiento de calidad sin enfadar a los fans del universo Batman.
Protagonista, Gotham
Por ahora, la serie resulta entretenida y el encaje del backstory de ciertos personajes demuestra ingenio y una adecuada dosificación. Sin embargo, algunos de los casos de la semana son flojos, las relaciones sentimentales se antojan como un pegote y las apariciones del niño Wayne, aunque personaje secundario, lastran la acción; porque no olvidemos que la peculiaridad de Batman era, precisamente, la de carecer de poderes extraordinarios. Lo suyo era entrega, convencimiento zen y alta tecnología, algo no muy atractivo de mostrar en pantalla cuando aún eres un multimillonario de doce añitos. No es extraño, pues, que Alfred le gane, dramáticamente hablando, por goleada al chaval.
En este contexto, la protagonista aspira a ser la ciudad, la mítica Gotham: un entorno de juegos de poder, carcomido hasta las entrañas, donde el insobornable detective Gordon ha de moverse siempre al borde del precipicio (y del manicomio: Arkham) para salvar su integridad y su alma. Esto implica que la serie siempre se toma a sí misma demasiado en serio, lo que en ocasiones chirría con el cartón de ciertas tramas.
Ha habido episodios muy interesantes, como “Penguin’s Umbrella” (1.7), secuencias de acción con cuajo, interpretaciones solventes y un nuevo y maquiavélico personaje (Fish Mooney, interpretada por Jada Pinkett Smith) que hacen tener esperanza en Gotham. Pero es una serie que necesita creer más en sí misma. Crecer. Arrow lo hizo y anda consolidada por su tercera temporada; The Flash –estrenada en septiembre– parece que también ha dado en el clavo. Confiemos en que la ciudad del pecado aún pueda encontrar su camino de redención: porque materia prima para entretener, Gotham tiene de sobra.
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