Año 1957, Enzo Ferrari tiene 60 años. La escudería está al borde del colapso, su vida familiar también se tambalea: tras la muerte de su hijo Dino, su relación con su mujer y socia, Laura, se ha vuelto fría y distante. Es un secreto a voces que Ferrari tiene una amante con la que ha tenido un hijo, que podría convertirse en su heredero. La solución de sus problemas, de buena parte de ellos, pasa por ganar la carrera de las mil millas (Mille Miglia) ese verano.
El libro que ha inspirado el guion lleva el subtítulo “El hombre, los coches, las carreras, la máquina”. La película compara descaradamente a Enzo Ferrari con sus máquinas y le presenta compitiendo en todo momento, al límite, al borde del desastre. A diferencia de las carreras de coches, él no tiene claro cuál es el final ni qué hay que hacer para ganar. Está dividido entre dos mujeres, entre dos hijos, entre dos tipos de vehículos, entre dos modelos de empresa…, y lo único que sabe es que tiene que seguir compitiendo y corriendo.
El trabajo de Adam Driver es excelente, matizado, sutil. Más interesante cuando habla con sus mujeres, sus hijos o sus empleados, que cuando se presenta ante la prensa. Penélope Cruz compone una gran Laura, una mamma italiana afectada por la muerte de su hijo y resignada a dirigir, con la cabeza alta, una casa sin amor. Shailene Woodley da vida a Lina, la otra, aparentemente anodina, pero un contrapunto perfecto de su esposa. El resto de los personajes importa poco.
Los aspectos técnicos son impecables, Michael Mann tiene un equipo prodigioso tanto en fotografía y ambientación, como en montaje y banda sonora. Sólo cabe lamentar que la película pueda resultar excesivamente fría para no iniciados, y algunos apuntes sexuales que no vienen a cuento.