“Territorio de Utah, 1857. Salvaje e indomable. El ejército de Estados Unidos, la milicia mormona, los nativos americanos y los colonos están enzarzados en una brutal guerra por la supervivencia. En el fuego cruzado queda atrapado todo hombre, mujer y niño que ose entrar en esa región”. Con este texto empieza esta miniserie norteamericana que se ha convertido en uno de los grandes éxitos de Netflix en este principio de año. Toda una declaración de intenciones de su creador, el guionista norteamericano Mark L. Smith (Twisters, Cielo de medianoche, El renacido).
Con un diseño de producción muy ambicioso y algunas escenas de acción espectaculares, dirigidas mayoritariamente por Peter Berg (Día de patriotas, El único superviviente), esta miniserie comienza cuidando la presentación dramática de los personajes y el cruce de razas y religiones que buscan desesperadamente una tierra donde asentarse. Con un casting de secundarios habituales y solventes, el episodio piloto tiene ritmo e intensidad, con un diseño fotográfico marcado por la carencia de color que define la cruda supervivencia de todos los personajes.
Tras un inicio marcado por la violencia, pero prometedor en cierta manera, el guion va entrando en un territorio escasamente sugerente, en el que todos pelean contra todos en un combate fatigoso de estereotipos y crudeza visual, con una violencia demasiado histriónica y reiterativa. De esta manera, Érase una vez el Oeste se convierte en un entretenimiento alejado de la renovación actual del wéstern que han propuesto películas como Hasta el fin del mundo o Los hermanos Sister, y series como 1883 o Godless.