Singular y cruda historia de amor, Oso de Oro en el Festival de Berlín, escrita y dirigida por la húngara Ildikó Enyedi. La protagonizan dos personas asociales, Endre y Mária, que descubren algo asombroso: ambos comparten por la noche el mismo sueño, en un paisaje invernal, en el que aparecen dos ciervos, macho y hembra, con el que cada uno se siente identificado. Endre es el director financiero de un matadero, ya maduro y un poco de vuelta de todo, y Mária es la recién llegada inspectora de calidad, muy tímida, casi autista, incapaz de advertir que ciertos comentarios pueden herir a los demás o ser simplemente inoportunos. Los dos iniciarán una peculiar relación cuyo futuro es de pronóstico incierto.
En cuerpo y alma es una película meritoria y decididamente personal, que en otras manos sería insufrible. Con una contención tragicómica que hace pensar en el finlandés Aki Kaurismäki, la sexagenaria Enyedi logra crear una atmósfera donde conviven el humor patético y el drama de la terrible soledad. Son bellas y nada empalagosas las escenas de los sueños, y la pareja protagonista interactúa muy bien, hay química en su no-química, si se nos permite el oxímoron.
Quizá algunos pasajes se alargan en exceso, aunque sea con la intención de envolvernos en un mood especial, lo que en efecto reclama tiempo y calma. Lo que está claro es que a Enyedi le gusta sugerir, no dar al espectador las cosas mascadas, y plasma con lirismo de hermético simbolismo la aventura de dos personas, náufragos existenciales, que tratan de anclarse en un verdadero amor ante la mágica oportunidad única que se les ofrece.
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