Amerigo es un niño que ha sobrevivido a la Segunda Guerra Mundial en Italia, vive en Nápoles con su madre, en un contexto de hambre y extrema pobreza. Su madre decide enviarle en uno de los trenes que el Partido Comunista Italiano gestiona para llevar a los niños a las regiones del norte, con familias adoptivas que puedan alimentarlos y ofrecerles una mejor educación.
Esta película se basa en la novela del mismo nombre de Viola Ardone, que recrea una de las muchas historias vividas por más de 70.000 niños en las regiones del sur de Italia durante la posguerra, entre 1946 y 1952. El relato se centra en Amerigo, que experimenta la dura separación de su madre y que tiene que aprender a convivir con una nueva familia en un entorno extraño. La mirada infantil no elude la crudeza de la situación, si bien aporta a la película un tono amable y en muchas ocasiones simpático. La cuidada ambientación y la interpretación de los niños protagonistas reflejan bien una época y los dramas humanos propios de ese contexto social de gran precariedad. Un retrato que, salvando las distancias, recuerda a grandes clásicos del cine como El ladrón de bicicletas (1948) o El limpiabotas (1946), especialmente por el protagonismo infantil y el toque costumbrista italiano.
Aunque el guion es sencillo y se echa de menos un poco más de hondura psicológica en sus personajes, la película funciona como historia familiar que acerca a un episodio no muy conocido de la posguerra mundial y que ensalza valores humanos muy positivos, como la familia, la amistad, la generosidad y el sacrificio de tantas madres y personas anónimas. La película no entra, tan solo menciona de pasada, en la polémica que desató esta iniciativa del Partido Comunista Italiano entre sectores cristianos y el propio Vaticano, que se opusieron a los llamados “trenes de la felicidad” y a la masiva movilización de los niños y el alejamiento de sus familias.