El director de American History X afronta otra dura y conmovedora historia. En aquella contó con un gran trabajo de Edward Norton y ahora tiene a un excelente Adrien Brody en el papel de un profesor de literatura, Henry Bathes, cercano a los 40, que hace sustituciones por los institutos más problemáticos de Nueva York. Bathes tiene experiencia y ha decidido no entrar en la espiral de violentas provocaciones de sus alumnos. Pero no es inmune, sufre ante tanto odio estéril, ante tanta vida echada a perder.
El británico Tony Kaye (Londres, 1952) rueda con aplomo un buen guión del debutante Carl Lund que incluye recursos tan arriesgados como eficaces, entre ellos unas declaraciones de Bathes mirando a cámara muy poderosas. Kaye no es un nihilista de salón y, como en American History X, mira con humanidad a sus personajes y no pisotea la esperanza del espectador. En este sentido, el personaje de la jovencísima prostituta es clave.
La película es dura, áspera, sórdida a ratos. Te golpea muy duro en la boca del estómago pero puede conmover al espectador, especialmente si es o ha sido profesor.