Imaginativo juego de muñecas rusas a cargo del inclasificable y ocurrente Wes Anderson, que dice haberse inspirado en la obra del genial escritor Stefan Zweig, aunque igual podría afirmar que sus personajes de bigotes son deudores de Hergé y su álbum de Tintín El cetro de Ottokar.
Una joven en la actualidad se siente profundamente conmovida por la novela El Gran Hotel Budapest; un autor, unos años antes, confiesa haber escuchado su historia en dicho hotel sito en una montaña solitaria, de labios del señor Mustafá; y Mustafá recuerda su época de botones del hotel, cuando era Zero, a las órdenes del señor Gustave, dueño del establecimiento y todo un caballero, cuando descubrió el amor y se vio sumergido en una vertiginosa aventura conspiratoria de crímenes a cuento de una herencia.
Anderson entrega una narración aventurera de enorme dinamismo, con sugerentes toques surrealistas, en la época del desmembramiento del imperio austrohúngaro previa a la II Guerra Mundial, aunque aludiendo siempre a países ficticios. Y a la hora de apostar por lo grotesco, se permite que la tosquedad juegue al contraste con los modales impecables del señor Gustave.
Como hiciera ya en Moonrise Kingdom, el cineasta texano apuesta por una visión romántica, con una paleta de colores pastel, y acudiendo a encuadres atrevidos y al uso de grandes angulares para lograr un adecuado aire naïf. En su cuidado guion hay espacio para una idealizada historia de amor, y una bonita relación patrón-subalterno casi paternofilial. Destaca además un reparto coral de divertidos personajes estrambóticos.
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