La clase de esgrima (2015) me fascinó por lo que cuenta y por cómo lo cuenta. El director finlandés Klaus Härö, de 49 años, ha rodado, con este, ocho largometrajes de ficción, desde 2002. El artista anónimo se estrenó en 2018.
Olavi es un marchante de arte de 72 años que ve llegada la hora de vender su pequeño y mediocre negocio de arte, más una almoneda de medio pelo que una galería. La adicción por la compra y venta mantiene vivo a Olavi, un ser humano tan básico, tan elemental, tan triste que da pena verle existir. La aparición de un cuadro de autor anónimo en una subasta enciende su pasión, la pasión de un anciano misántropo, sin amigos ni familia, que ve ponerse el sol en una vida desleída y sin amor de gris mercader. No hay que olvidar que estamos en Helsinki en la actualidad.
Con semejante premisa, lo que hace Härö es sencillamente extraordinario. Por la audacia para mostrar la fragilidad humana y la capacidad que tiene la gracia de actuar por caminos insospechados. Porque el cuadro que protagoniza esta película no es cualquier cuadro. Y el arte cambia vidas. Y contar eso es muy difícil.
Con una portentosa interpretación del actor más prestigioso del teatro finés, protagonista de Cartas al padre Jacob (2009), la película te da lo que no esperas y en una forma que no esperas. Härö no cede a la sensiblería, no juega con el público manipulando a los personajes. La relación del viejo marchante con su hija y su nieto, con sus colegas es absolutamente coherente, es un cuadro de un realismo estremecedor. Y por eso, la película descoloca y se va apoderando del espectador que asiste maravillado a una comedia humana en la que lo divino entra en juego con una naturalidad pasmosa que requiere el concurso del espectador.
