Tras lo sucedido en Spider-Man: No Way Home, Stephen Strange está muy inquieto por la caja de pandora que abrió con el multiverso. Más aún cuando, de repente, en medio de Nueva York aparece un inmenso monstruo con tentáculos que va detrás de América Chávez, una chica que dice tener el poder de andar por los distintos universos, aunque no sabe controlarlo. Después de salvarla, el hechicero interpretado por Benedict Cumberbatch decide pedir ayuda a Wanda, porque sospecha que algo de brujería hay en todo esto.
Esta segunda parte de Dr. Strange, haciendo honor a su título, es una auténtica locura: inquietante, retorcida y disparatada. Pero funciona. Porque es muy imaginativa y mantiene un buen equilibrio entre el humor tan propio del MCU, la acción y el cine de terror. Aquí, el fichaje de un director externo, que no fue nada bien en Eternals, viene como anillo al dedo. Dr. Strange en el multiverso de la locura es un auténtico cómic “filmado” ‒más que cualquier otra historia de Marvel‒ y Sam Raimi ha sabido darle un toque muy personal, aprendido tanto en la trilogía original del hombre araña, como en sus películas de terror.
A quien esté conectado con lo último ‒y no tan último‒ del MCU, le gustará y seguirá paso a paso el hilo de la historia. Incluso tendrá más de una sorpresa. Y ‒contrariamente a lo que suele ocurrir en las demás películas Marvel, a las que cuesta arrancar‒ se quedará clavado en la butaca desde el minuto uno.
Todo ello gracias a un guion muy bien medido, que sirve como secuela, tanto de la última Spider-Man, como de la serie Bruja Escarlata y Visión y, aunque no profundiza, reflexiona sobre qué significa realmente ser feliz. Eso, y al buen papel de los actores, entre los que destacan especialmente Elizabeth Olsen y la desconocida Xóchitl Gómez.
Doctor Strange en el multiverso de la locura no es una película perfecta, pero es una experiencia que se disfruta y merece la pena.
Jaume Figa Vaello
@jaumefv