(Actualizado el 3-03-2014)
Ron Woodroof, mujeriego y promiscuo electricista, se queda atónito cuando en 1986 los médicos le diagnostican sida –“una enfermedad de maricas”, a su entender– y le dan un mes de vida. Tras la incredulidad viene la desazón, y luego un deseo de aferrarse a la existencia, primero con AZT obtenido clandestinamente, y luego, dada su toxicidad, con medicamentos alternativos, lo que pondrá en su contra a la industria farmacéutica.
Con guion de Craig Borten, que entrevistó largamente a Woodroof antes de su fallecimiento, para luego trabajar en equipo con Melisa Wallack, el film desprende autenticidad, a excepción de algunos pasajes que arremeten contra los agentes sanitarios y reguladores, algo convencionales, aunque se intenta no convertirlos en villanos de opereta poniendo el dedo en llagas interesantes que dificultan el tratamiento de los enfermos, como la burocracia o los intereses económicos.
El canadiense Jean-Marc Vallée, que ya abordó hechos reales en La reina Victoria, cuenta con garra su historia, aunque también descarnadamente, sobre todo en las reiterativas escenas sexuales. Matthew McConaughey hace un buen trabajo, no solo por su demacrado aspecto al estilo Christian Bale en El maquinista, sino porque hace creíble el arco de transformación de su personaje, en relación a su egoísmo y prejuicios, pues acaba viendo personas en los homosexuales y empleando su dinero en ayudar a otros enfermos. También resulta convincente Jared Leto como el travesti Rayon, al que Woodroof llega a apreciar.
|