David Ayer escribe y dirige una película de 68 millones de dólares de presupuesto, la primera superproducción de su carrera, con Brad Pitt como socio capitalista de referencia y actor protagonista. Su nuevo largometraje sigue a un carro de combate norteamericano que avanza hacía Berlín en abril de 1945. La tripulación se conoce bien, comparten el habitáculo del Sherman desde África. Sus enfrentamientos con los alemanes duran ya cuatro años.
Cualquiera que lea lo de arriba, comprenderá que una historia así está preñada de posibilidades, de alicientes. El reparto, la foto, el diseño, las localizaciones funcionan. Pero Ayer tiene evidentes problemas de escritura y la desafortunada música de Steven Price (ganador del Oscar el pasado año por Gravity) potencia las debilidades estructurales de su película. Para colmo de males, la cinta dura 134 minutos, que ayudan a reparar en los defectos y olvidar las virtudes (por ejemplo, la secuencia del enfrentamiento de Sherman con un Tiger alemán tiene cosas muy interesantes y otras propias de un director de fotografía que ha hecho demasiados anuncios y pocas películas).
“Brothers under the gun” reza el lema promocional de Fury: Ayer no sabe separarse de las tramas ni del diseño de personajes de Spielberg en Salvar al soldado Ryan y Hermanos de sangre. Si hubiese atinado con el guion, la película podría haber sido muy buena. Y no pasa del aprobado.
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