Bluey es una perrita blue heeler que, junto con su hermana menor, Bingo, su madre Chilli y su padre, Bandit, forman una familia. Aparentemente, sus vidas no son extraordinarias: vacaciones, tiempos de diversión y aburrimiento, padres intentando jugar con sus hijos, que en ocasiones meten la pata y saben pedir perdón, hijos que se pelean y al minuto siguiente vuelven a ser tan amigos… Todo en una vida que más que sueño es un juego. Un juego sencillo, pero siempre ingenioso y divertido.
Joey Brumm, guionista australiano, tuvo la idea de crear una serie con un estilo a la archiconocida Peppa Pig, pero con impronta de sus orígenes. Por aquel entonces no se imaginaba el éxito mundial que Bluey ha llegado a tener entre pequeños y mayores, siendo valorada tanto por el gran público como por la crítica especializada por su imaginería visual y argumental, además de sus acertadas referencias educativas.
Ya en 2018, cuando empezó este viaje, Bluey se hizo popular en Australia. Al año siguiente, la BBC compró los derechos y Disney llegó a un acuerdo de transmisión. Es entonces cuando Brumm entendió que era algo importante.
Si además Natalie Portman participa en el doblaje de manera puntual, reconociendo que es uno de los papeles más importantes de su carrera; los foros en las redes sociales se rinden ante el modelo educativo, y el músico Tom Fletcher tuitea “el papá de Bluey avergüenza a todos los papás”, esta serie es, sin duda, el ideal de acompañamiento y motivación al que aspiramos los padres.
Los padres de Bluey hacen un alegato de la psicología positiva actual. No hay personajes ambiguos (exceptuando la forma antropomórfica de los perritos), ni situaciones que lleven a dualidad moral. Porque eso es lo que pasa en la mayor parte de nuestra vida, hecha de situaciones cotidianas que vamos resolviendo como nos dicta la razón y el cariño a nuestros hijos. También aparecen conflictos entre adultos (diferentes opiniones sobre el modo de educar en situaciones concretas, necesidad de tiempos de autonomía de los hijos, cuidado de los mayores y enfermos, inteligencia emocional), siempre expuestos con sutileza, pero con una profundidad y sentido común admirables. No hay más que echar un vistazo a los títulos de los capítulos para comprobar lo accesible que resultan estos conflictos a los más pequeños: “La biblioteca”, “Aguantar calladas”, “Abuelo”. Esa sencillez y claridad también llega a los mayores, a los que, a diferencia de otros productos de animación infantil, les gusta ver Bluey con los niños. Una proeza que apenas dos productoras como Pixar e Illumination habían sido capaces de lograr en las últimas décadas.
En la actualidad, y más en el periodo vacacional en el que nos encontramos, es de gran ayuda poder dejar a los niños delante de la pantalla sin temor a que algunas ideas manipulen sus pequeñas mentes o les hagan dudar de aquello que queremos mostrarles en casa como bueno y correcto. Con Bluey, hasta la fecha, no hay ese problema. Y es de agradecer que el mensaje que transmiten sobre la paternidad sea tan diferente al de la mayor parte de series y películas, que muestran esos tiempos de dedicación como espacios difícilmente soportables, negando los aspectos más evidentemente constructivos y felices de la vida familiar.