Recientemente se estrenó una Blancanieves excelente dirigida por el indio Tarsem Singh. Divertida, tierna, desenvuelta, muy vistosa, para todos los públicos.

Es interesante la estrategia wagneriana (tono trágico, oscuridad, ausencia de humor –un poco hay, pero no mucho, con los enanos–) de esta versión de Blancanieves. Es una manera astuta de ir en busca del público adolescente y adulto, disponiendo un relato de acción con batallas y mucho dramatismo. El personaje del cazador como eje de la historia es un buen hallazgo y la manera de mover en el tablero al príncipe es ingeniosa.

La película ha tenido mucha preproducción, y el trabajo previo se nota. El que compró el guion fue Joe Roth, expresidente de Fox y de Disney, que antes de dejar Disney produjo la muy rentable Alicia en el país de la maravillas, de Burton.

Evan Daugherty escribió esta versión del cuento publicado por los Grimm hace 200 años mientras estudiaba cine en la Tisch School de la Universidad de Nueva York. En 2008 ya estaba moviendo el guion por los mercados para ver si lo colocaba.

Cuando por fin lo consiguió, Roth debió de tener dudas, y probablemente inquieto por la competencia de la película de Tarsem Singh, echó mano de dos guionistas con experiencia, John Lee Hancock (Un mundo perfecto, Medianoche en el jardín del bien y del mal, The Blind Side, El novato) y Hossein Amini (Drive, Jude, Las alas de la paloma).

Con un libreto decididamente adulto en su poder, Roth se asoció con Sam Mercer, el productor habitual de Shyamalan, una decisión que, a película vista, se entiende bastante bien porque el tono recuerda la solemnidad de películas como El bosque y La joven del agua, también cuentos adultos. Así las cosas, contrataron a un director de anuncios espectaculares de videojuegos y productos estilosos, Rupert Sanders, que debuta en el largo.

Sanders rueda bien pero tiende al periodo corto y le cuesta encontrar el ritmo. Por eso, los viejos zorros Roth y Mercer le han puesto al lado a un veterano con más conchas que un galápago, el montador Conrad Buff (Titanic, Mentiras arriesgadas, Trece días).

El resultado es digno. La película entretiene y es espectacular, con un diseño de producción brillante y efectos visuales de buen nivel. Hasta cierto punto, la trama sorprende, con un buen manejo del triángulo cazador-príncipe-Blancanieves.

El casting es interesante: reúne a Theron con Stewart y mete por medio al guaperas Hemsworth como rudo cazador, en plan Russell Crowe (ya le gustaría…): hace un buen trabajo, porque le dejan cierto espacio para ser actor y no simplemente un tipo musculoso, con buena dentadura.

De Charlize Theron no diremos mucho; simplemente, es una actriz fenomenal, y la gran Colleen Atwood lo sabe y la viste con esmero.

Lo de la crepuscular Kristen Stewart está bastante claro. Es, hoy por hoy, una actriz mediocre: en cuanto tiene que decir más de dos frases, se nota que no tiene educada la voz, ni la dicción, ni el tono ni la intensidad (el discurso antes de la batalla es para meterse debajo de la butaca). Seguro que doblada mejorará. Además, no se mueve bien, no tiene presencia, no sabe mirar, no da bien las réplicas…. Pero es interesante verla para comprender el fenómeno de construcción de actriz con tirón: se entiende que apasione a los adolescentes con ese aire de chica corriente, decidida, fuerte, aguerrida, patosa, dulce. Sigo pensando que lo mejor que ha hecho esta joven actriz de 22 años fue La habitación del pánico, hace ahora diez. Claro, tenía al lado a Jodie Foster…

Los 127 minutos se llevan bien (es meritorio, pues claramente sobran 20 o 30, meramente transicionales) porque el espectáculo en pantalla grande es poderoso. Es verano, hay aire acondicionado en los cines y la música de James Newton Howard suena muy bien, como casi siempre.

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