A primera hora de la mañana, la policía irrumpe por sorpresa en casa de los Miller para arrestar al joven Jamie, de apenas 13 años. Aunque el chico defiende su inocencia con total convicción, los agentes de seguridad no dudan en llevárselo a comisaría ante la estupefacción de su familia.
El director Philip Barantini y el actor Stephen Graham ya habían trabajado juntos en la película Hierve y en su posterior adaptación a serie (Boiling Point) sobre la estresante rutina de un restaurante londinense. En Adolescencia cambian de registro, pero mantienen el estilo y la intensidad con el uso de larguísimos planos secuencia que generan una impactante veracidad interpretativa de un reparto extraordinario, y una tensión sutil y creciente.
La serie no está basada en un hecho real, pero sí está apoyada en una documentación exhaustiva que permite mostrar la espiral de violencia desde una visión panorámica muy completa. Esta contemplación del horror, siempre elíptica pero durísima en su desnuda exposición, genera reacciones muy distintas en cada personaje, conformando un retrato sociológico que en muchos momentos resulta voluntariamente esperpéntica y cruel. Este descorazonador panorama puede llevar a más de un espectador a romper con este código de la lectura por considerarlo excesivo e irreal, además de insoportable. Comprendo perfectamente esa posición: Adolescencia es una serie compleja de asumir y digerir, casi tanto como el conflicto que pretende clarificar, pero esa inmersión no es trivial o efectista, sino más bien actual y necesaria.
A lo largo de la serie hay muchos giros, miradas y detalles que resultan luminosos y precisos para definir a los adultos analógicos y los adolescentes digitales, todos igualmente desbordados, dando evidentes muestras de agotamiento y necesidad de auxilio. Y ahí es donde las carencias educativas, las faltas de autoridad y respeto más elementales, el narcisismo depredador, el miedo a educar en la dificultad que deriva en inmadurez crónica de mayores y menores, la vulnerabilidad enfermiza ante la exposición permanente, o la omnívora hipersexualización, se expresan con tanta brillantez como el poder de los adultos y adolescentes que no se dan por vencidos, y continúan buscando oxígeno en una atmósfera que parece irrespirable. La combinación de estas luces y sombras ofrece posibilidades de debate muy necesarias al no estar prefijadas, a diferencia de lo que sucede en una buena parte de las series “pedagógicas” de adolescentes.