En muy pocas ocasiones la religión se libra de verse enzarzada en la guerra cultural. Hay ateos combatientes que tiran de Voltaire, pero también creyentes que tienen por cometido sacar los colores a la ciencia.
Hay quienes piensan que la fe está perdiendo su atractivo entre la población y que le será imposible recuperarlo. Otros, en cambio, vislumbran un nuevo arraigo de la religión entre los más jóvenes.
Lo cierto es que nuestra época postsecular constituye un buen momento para repensar cuál es el sentido del laicismo y si entre lo público y lo privado debería haber más porosidad. En Francia, por ejemplo, el debate hoy es si ha caducado ya su modelo de laicidad: sus defensores consideran que conforma una parte irrenunciable de la idiosincrasia gala, pero algunos sospechan que detrás de todo se esconden prejuicios contra determinadas convicciones (hoy en día, especialmente contra el Islam).
Y ¿entre los intelectuales? ¿Han perdido vigencia en ese sector las proclamas del “nuevo ateísmo”? Las antiguas campañas orquestadas por Richard Dawkins y compañía, cuyo objetivo era disuadir a la gente de suscribir el teísmo, han pasado a la historia, de modo que hoy no solo la inquina religiosa ha envejecido, sino que algunos pensadores echan mano de la fe para capear la crisis cultural y existencial que detectan. Incluso el propio Dawkins reconoció hace bien poco los logros de la civilización cristiana y la diferencia entre el itinerario tomado por esta última frente a los seguidos por otros credos menos proclives al desarrollo de la razón (con todo, sería ingenuo pasar por alto que lo que a continuación añade: que, como los trastos viejos, las creencias están condenadas a habitar para siempre en lo más oscuro de las chamarilerías)
Viejos y nuevos creyentes
Dejando aparte a Dawkins, parece que el cristianismo está ganando respeto en la esfera de los intelectuales. No obstante, detrás de esa defensa de la fe (en el sentido de un conjunto de dogmas y valores) a veces hay un uso “interesado”, más que una convicción personal. Por ejemplo, en un ambiente social polarizado, la religión puede constituir el combustible idóneo para reavivar aún más la llama de la cruzada en defensa de la civilización occidental, así como para ganar adeptos entre un público que puede estar resentido por un inveterado y rancio laicismo. Pero eso hace un flaco favor a los propios sentimientos religiosos.
Algunos pensadores echan mano de la fe para capear la crisis cultural y existencial que detectan
En este sentido, conviene distinguir entre las tendencias ideológicas y los procesos de conversión, antes de canonizar públicamente a quien dice algo bueno sobre la religión.
Por otro lado, ese proceso de “des-secularización”, si acaba por consolidarse, no parece que vaya a traer de vuelta la situación previa a la oleada laicista, con una mayoría social cristiana. Hablando de la erosión del aura institucional de la Iglesia, Benedicto XVI subrayaba la función de las minorías a la hora de revitalizar el cristianismo. En una columna reciente, Ross Douthat sugeriría que el retorno a la fe no va a tener lugar en el marco de las confesiones clásicas ni de un modo mayoritario, sino en entornos subculturales y sectores donde antes no había florecido.
Razón no le falta si nos atenemos al vigor con que algunos intelectuales están abrazando el cristianismo ortodoxo (el caso más llamativo es Rod Dreher), o el reciente brío “espiritual” que muestran los magnates de la tecnología, desde Elon Musk, que se ha adherido al cristianismo tras presentarse años atrás como ateo, o Peter Thiel, fundador de Paypal, que ha abandonado su utopía transhumanista para admitir que todo descansa en las manos de Dios.
Fe y polarización
A tenor de estas noticias, Peter Savodnik habla de un “reencuentro entre los intelectuales y Dios”, pero su artículo, hay que decirlo, no resulta muy sutil. Por ejemplo, menciona a Jonathan Haidt para advertir de las necesidades religiosas que anidan en lo más profundo del ser humano, necesidades que serían irreprimibles y asegurarían la persistencia de la fe, pero para Haidt la dimensión espiritual constituye una respuesta evolutiva dada por nuestra especie a fin de amansarnos.
¿Esta vuelta a la fe, se pregunta el propio Savodnik, es sincera y personal o se emplean los dogmas para atizar a los contrincantes, por puro esnobismo o por el empeño de alejarse de lo mainstream?
Pensemos en el caso de la familia de Jordan Peterson: su mujer, Tammy, ha sido recibida en el seno de la Iglesia católica después de un proceso comenzado cuando le diagnosticaron cáncer. Jordan, sin embargo, se ha mostrado habitualmente reacio a declarar sus convicciones, aunque ha reivindicado la figura de Jesús. Recientemente ha ido un poco más allá al referirse a la causa última de todo. Su último libro, Nosotros que luchamos con Dios, a la venta el próximo 5 de febrero, refleja las enseñanzas morales y existenciales de muchos pasajes bíblicos.
A la fe por la belleza
Otra conversión famosa ha sido la de Ayaan Hirsi Ali y su marido, el historiador británico Niall Ferguson. La escritora de origen somalí ha recorrido un largo camino desde su combativo secularismo, adoptado tras llegar a Europa, hasta el cristianismo.
Después de casarse y ser madre, explicó, pasó por una fase de depresión aguda, de la que la salvó el consejo de Roger Scruton: “Si no puedes creer en Dios, al menos cree en la belleza”. Más tarde comenzó a frecuentar la iglesia y a acercarse a las enseñanzas cristianas.
“No se puede organizar ninguna sociedad sobre la base del ateísmo” (Niall Ferguson)
Para la escritora africana, la defensa de la fe es tanto un cometido individual como cultural; por eso, es muy combativa en la apología de los valores que ha abrazado. Para Ferguson, la religión es una respuesta al deseo de sentido, pero también cree que es indispensable para sanar la vida social. “No se puede organizar ninguna sociedad sobre la base del ateísmo”, ha advertido a Savodnik. Hace poco, el matrimonio ha recibido el bautismo junto a sus hijos.
Religión y espiritualidad
Otro de los que ha decidido desnudar sus sentimientos religiosos ha sido David Brooks. De origen judío, el famoso columnista del New York Times se apartó de la fe de sus padres muy joven y militó en las filas del agnosticismo hasta hace bien poco. Poco a poco comenzó a darse cuenta de que hay una realidad más profunda de la que vemos y tocamos. Desde entonces, no ha podido zafarse de ciertas “experiencias numinosas”, “momentos de asombro y maravilla que nos llegan casi siempre de forma inesperada”.
Brooks no entiende la fe como un conjunto de dogmas o el asentimiento a una verdad, sino como apertura al misterio. De ahí que prefiera el término “inspiración” (en vez del de “conversión”) para hacer referencia a ese camino personal en el que no ha encontrado respuestas, sino sobre todo una mirada más honda y significativa hacia lo real.
No ha terminado abrazando ninguna confesión de forma oficial y se sigue considerando judío, aunque reconoce leer el evangelio y muchos libros de espiritualidad cristiana. Para él la fe consiste en tres movimientos: primero, exige compromiso para ser mejor; segundo, estimula a sanar el mundo y ayudar a los demás; por último, implica encontrarse personalmente con Dios.
Ahora Brooks contempla la religión con otra actitud, explica en un artículo. Allí reconoce la importancia de lo emocional y de las experiencias espirituales, pues sin estas dimensiones la religión es letra muerta; pero advierte de que, sin el marco de la religión, la espiritualidad corre el riesgo de llevarnos a nosotros mismos y cerrarnos ante el otro y la trascendencia.
2 Comentarios
En cuanto a intelectuales franceses no laicistas, Jean Birnbaum: «El coraje del matiz». ¡Gracias!
Interesantes también algunas reflexiones del historiador inglés Tom Holland.