Roma.– Jorge Mario Bergoglio, el primer sucesor de Pedro proveniente del continente americano, ha gobernado durante doce años la Iglesia Católica. Su pontificado ha estado marcado por la experiencia pastoral de un hombre comprometido con la evangelización de las “periferias existenciales”. Su partida sucede cuando la Iglesia Católica celebra el Año Jubilar de la Esperanza, un evento deseado e inaugurado por él.
El 11 de febrero de 2013 el arzobispo de Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio, celebró la misa por las fiestas patronales de Nuestra Señora de Lourdes en la parroquia del porteño barrio de Flores, su barrio. Estaba agobiado, particularmente ensimismado. Avisó que no acompañaría la procesión. Horas antes había recibido la noticia de la renuncia de Benedicto XVI, de parte de Gerry O’Connell, un amigo vaticanista.
En la homilía se llenó de fuerza y pronunció unas pocas palabras asociando la fe de María con la valentía de Ratzinger. Utilizando una expresión fuerte, afirmó que el Santo Padre “se había atrevido a meter el dedo en la mugre de la Iglesia”. Al acabar la celebración, mientras se bajaba del escenario ubicado en la calle, de entre las 1.200 personas congregadas, se oyó la exclamación de una mujer: “Bergoglio, ¡que Dios y la Virgen te hagan Papa!”. No ignoraba Bergoglio las razones que llevaron al pontífice alemán a tomar una de las decisiones más revolucionarias de la historia reciente de la Iglesia católica.
El 13 de marzo de 2013 Jorge Mario Bergoglio pasó a llamarse Francisco. Desde entonces, se dedicó a llevar adelante el programa trazado en su exhortación apostólica Evangelii gaudium. Puso a la Iglesia católica en su auténtico eje, el único camino que podría sanar sus impurezas: el de la evangelización.
Una Iglesia en salida, su programa
En la cadena de sucesores de Pedro hay sintonía. En ella se toca la realidad de que es el Espíritu Santo quien guía a la Iglesia. Como buen jesuita, Bergolio siempre sintió un fuerte llamado a la misión. En numerosas oportunidades aludió a su admiración por el Papa Pablo VI; de él le inspiraba particularmente la exhortación apostólica Evangelii nuntiandi.
Durante el cónclave que acabaría con su elección, Francisco propuso a los cardenales un plan para la Iglesia: salir de sí misma, con la confianza de quien se sabe “misericordiado” por Dios
Glosando una expresión de aquel documento, “la dulce y confortadora alegría de evangelizar”, habló y cautivó a los cardenales reunidos en el precónclave que terminaría con su elección. “La evangelización es la razón de ser de la Iglesia”, sentenció. Y desarrolló una reflexión que solo puede nacer de una vida experimentada y de un corazón que medita: “Cuando la Iglesia no sale de sí misma para evangelizar, deviene autorreferencial y entonces se enferma (…) Los males que, a lo largo del tiempo, se dan en las instituciones eclesiales tienen raíz de autorreferencialidad, una suerte de narcisismo teológico. En el Apocalipsis, Jesús dice que está a la puerta y llama. Evidentemente el texto se refiere a que golpea desde fuera la puerta para entrar… Pero pienso en las veces en que Jesús golpea desde dentro para que le dejemos salir. La Iglesia autorreferencial pretende a Jesucristo dentro de sí y no lo deja salir”.
Cuando pronunció estas palabras, Francisco ignoraba que la propuesta que presentaba al colegio cardenalicio para el próximo papado tendría que llevarla a cabo él mismo. En Evangelii gaudium, el documento programático de su pontificado, desplegó esta visión, fruto de su rica experiencia pastoral.
En realidad, podría decirse que es la experiencia de la Iglesia en América Latina. Evangelii gaudium tiene fuertes resonancias del Documento de Aparecida, que recoge las conclusiones de la V Asamblea General del Episcopado Latinoamericano. En el continente evangelizado por Europa viven más de la mitad de los católicos del mundo. No sorprende que el Papa que los cardenales “fueron a buscar al fin del mundo”, como dijo en su saludo inmediato a la elección, viniera a recordar a la vieja Europa sus raíces… y a la Iglesia su misión.
“La Iglesia está llamada a salir de sí misma e ir hacia las periferias, no solo las geográficas, sino también las periferias existenciales”, continuó diciendo en la intervención que lo catapultaría al papado, “las del misterio del pecado, las del dolor, las de la injusticia, las de la ignorancia y prescindencia religiosa, las del pensamiento, las de toda miseria.”
Su propia vocación sacerdotal estuvo marcada por la experiencia de la misericordia. De ahí que repitiera que “en la Iglesia caben todos, todos, todos”
Se sabe que en sus años de arzobispo, Bergoglio había trasladado el centro geográfico de su labor pastoral a las periferias. En las grandes fechas del calendario litúrgico, era más habitual encontrarlo en las llamadas villas, que en la Catedral Metropolitana. Gustaba más de celebrar la fiesta de la Inmaculada entre las personas migrantes que viven en aquellos barrios carenciados, acompañando y respetando las distintas devociones provenientes de países limítrofes de la Argentina como Bolivia y Paraguay. Se unía a las procesiones de la Virgen de Copacabana o de Caacupé con igual fervor que a la de Luján. Los Jueves Santos acostumbraba vivir la ceremonia del lavado de pies en las cárceles, arrodillándose ante personas privadas de su libertad.
El Papa de los gestos entendía, en una profundidad que podría catalogarse de mística, qué significa “tocar la carne sufriente del hermano”, una frase muy suya que repetía especialmente a los sacerdotes y seminaristas, a quienes aconsejaba ir a los lugares de dolor a formarse un corazón sacerdotal.
El origen de su propia vocación sacerdotal estuvo vinculado a la experiencia de la misericordia de Dios. Fue un día de primavera cuando el joven Bergoglio sintió el impulso de entrar a la Basílica de San José de Flores, la de su barrio, y confesarse. En el uso original que hacía del lenguaje sintetizaba aquel momento diciendo que el Señor, “misericordiándolo”, lo eligió. La huella de esa experiencia vocacional marcó su propia vida y su pontificado. Por eso repitió frecuentemente en sus últimos años que “en la Iglesia caben todos, todos, todos”.
La cultura del encuentro, el antídoto para un mundo polarizado
La evangelización, si es auténtica, se hace cultura. Y una cultura coherente con los valores del evangelio necesariamente es una cultura de diálogo, de encuentro. Y esta exige salir. ¿Salir adónde? Al encuentro del otro, no solo diciendo la verdad, sino “siendo verdaderos”, como dijo a los periodistas reunidos en el Jubileo de la Comunicación alentándolos a construir una sociedad que integre y no polarice.
En los doce años que ha durado su pontificado, exhortó a la Iglesia y al mundo a combatir la “globalización de la indiferencia”, una tendencia que tiene su cara más dramática en la que denominó la “tercera guerra mundial a pedazos”.
La convocatoria del Jubileo, leída a la luz de su muerte, adquiere un carácter de legado: lo que empezó con la misericordia concluye con la esperanza.
Francisco no perdió oportunidad, especialmente en las audiencias de los miércoles y los Ángelus de los domingos, para enviar mensajes a los líderes mundiales, comprometiéndolos a buscar soluciones a los problemas que están en la raíz de los conflictos desparramados en los cinco continentes. Con una empatía que guardaba relación con la propia historia familiar, sufría por las personas obligadas a dejar su tierra. Denunció con insistencia los motivos que están en el origen de los flujos migratorios: la carrera armamentística, la crisis climática provocada por la depredación de la Tierra y la miseria que producen ambos factores son las razones que expulsan a las personas de sus países de origen, y que atropellan el “derecho a no migrar” del que habló san Juan Pablo II y recordó también el pontífice argentino.
Misericordia y Esperanza, dos jubileos y un legado
Antes de ser elegido Papa se decía que era serio y cabizbajo. Sin negarlo, sus íntimos contaban episodios que hablan de un sentido del humor que nunca perdió. Son incontables las anécdotas que reflejan, a su vez, una asombrosa capacidad de conectar con el otro, incompatible con una personalidad ensimismada. Un rostro de contrastes habla de una vida de misterios.
“¡Cómo no va a estar radiante una persona que por fin entendió su vida!”. Carlos Velasco Suárez, fundador del Movimiento Humanista, no dudó en atribuir al Espíritu Santo la transformación de Bergoglio en Francisco. Como psiquiatra, conocedor del alma humana, y como amigo de Bergoglio en los complicados años 70 en Argentina, tampoco dudó en reconocer en un pasado no exento de sufrimientos los motivos de la alegría radiante de Francisco.
De la Misericordia a la Esperanza. La experiencia de una y la certeza de otra estuvieron en el origen y el final de su vida. En la Misericordia y la Esperanza quiso centrar los dos Jubileos de su pontificado. Como hizo Juan Pablo II, su piedad mariana también reflejó sus hondas intuiciones, e incorporó tres nuevas invocaciones en las letanías del Rosario: “Madre de la Misericordia”, “Madre de la Esperanza” y “Consuelo de los migrantes”. Misericordia fue el nombre de su vocación, Esperanza el de su autobiografía.
En aquella breve intervención previa al Cónclave, Bergoglio también delineó los rasgos que debería tener el sucesor de Benedicto XVI: “Pensando en el próximo Papa: un hombre que, desde la contemplación de Jesucristo y desde la adoración a Jesucristo ayude a la Iglesia a salir de sí hacia las periferias existenciales, que la ayude a ser la madre fecunda que vive de la dulce y confortadora alegría de evangelizar”.
Hoy, en el año jubilar de la Esperanza, casi cuatro meses después de haber abierto la Puerta Santa, el Papa Francisco ha marchado a la Casa del Padre. Contempla definitivamente el rostro de Jesucristo habiendo dejando bien abiertas las puertas de su Iglesia.
Clara Fontan
@FontanClara
Un comentario
Muchas gracias. Faltaría mención a la crisis de los abusos, punto difícil en el que se puso del lado de las víctimas, con los riesgos que eso puede comportar a la presunción de inocencia.