Solzhenitsyn o cómo encontrar la fe en el gulag

Fuente: The Wall Street Journal
publicado
DURACIÓN LECTURA: 2min.
Solzhenitsyn o cómo encontrar la fe en el gulag
Aleksandr Solzhenitsyn sube al tren en Vladivostok el 1 de junio de 1994 para emprender un viaje a través de Rusia tras regresar del exilio (CC Evstafiev)

Hay tantas conversiones como personas; nunca el camino que lleva a la fe está trillado. Algunos encuentran a Dios mediante la belleza o el arte; otros, en el dolor. Este es, según explica en un artículo Gary Saul Morson, el caso de Aleksandr Solzhenitsyn.

Morson, experto en literatura rusa y crítico literario, señala que el autor de Archipiélago Gulag era ateo. En 1945, fue condenado a trabajos forzados cuando las autoridades soviéticas requisaron una carta en la que criticaba las decisiones bélicas de Stalin.

Y ahí, en el gulag, se reblandeció su ateísmo, además de otras convicciones. Gracias a la dura experiencia de los campos y a las conversaciones con otros prisioneros, el escritor se puso a pensar sobre su vida. Un día, comenta Morson, un recluso, Borís Gammerov, le recriminó que se mofara de un comentario religioso de Roosevelt. Gracias a esa llamada de atención, Solzhenitsyn se dio cuenta de que “se la había impuesto el ateísmo desde fuera”.

“Hasta aquella época nunca había pensado por sí mismo” y esa dolorosa certeza le llevó a interrogarse por sus auténticas convicciones, por sus creencias más profundas. En ese proceso introspectivo “llegó a comprender que las condiciones soviéticas eran consecuencia directa del materialismo y del ateísmo”, puesto que ambas posturas rebajan al ser humano y lo convierten en un mero medio.

El desencantamiento con la ideología comunista corrió, pues, parejo con la apertura a la fe cristiana. Pero el escritor ruso no fue el único que tuvo esas vivencias. En los campos, en efecto, muchos se decantaban por la traición a fin de sobrevivir, otros se desesperaban e intentaban quitarse la vida. Quienes pudieron afrontar con esperanza esa situación fueron los que “eligieron mantenerse a fieles a su conciencia”, muchos de los cuales viajaron hasta la fe.

“El paso definitivo hacia la conversión llega cuando uno ya no echa a otros la culpa de lo que le sucede, sino se da cuenta de su propia pecaminosidad y la asume”, escribe Morson. En una charla con el médico del campo, Borís Kornfeld, también converso, este confesó a Solzhenitsyn que aceptó la existencia de Dios definitivamente cuando reconoció que “ningún castigo es totalmente inmerecido. Puede que nada de ello tenga que ver con la culpa real –le señaló–, pero si repasas tu vida con lupa y reflexionas profundamente sobre ella, descubrirás alguna transgresión o pecado por el que no has pagado”.

Estas experiencias transformaron completamente la perspectiva con que Solzhenitsyn afrontaba el día a día en el gulag, dotando de sentido sus jornadas. Dicho de otro modo: su vida cotidiana dejó de ser un castigo traumático e inhumano para revelarse como una oportunidad de crecimiento espiritual. “Los torturadores –señala Morson hablando de la fe de Solzhenitsyn– pueden estar a salvo de las penalidades, pero se alejan de la humanidad”, mientras que otros encuentran, en medio del dolor y los sufrimientos, “una forma inesperada de desarrollar el alma”.

El redescubrimiento de la fe ortodoxa por parte del famoso escritor ruso recuerda la conversión de Nicolae Steinhardt, un judío rumano que se bautizó durante su estancia en la cárcel como detenido político, bajo el régimen de Ceaușescu. Tras abandonar la prisión, fue más tarde ordenado sacerdote ortodoxo. Steinhardt dio a conocer su proceso interior en un libro importante y sobrecogedor: El diario de la felicidad.

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