Desde el momento en que la historiadora Karen L. King presentó el descubrimiento de un papiro en que Jesús se refiere a “mi esposa”, algunos colegas expresaron sus dudas. Sin embargo, las pesquisas se centraron en la tinta, la antigüedad del material o la verosimilitud de la escritura. Ariel Sabar, periodista de The Atlantic, se hizo otra pregunta: ¿cómo había llegado el manuscrito a manos de la persona que luego lo enseñó a la investigadora de Harvard?
Su investigación deja al descubierto una historia de trampas por parte del supuesto falsificador, y de imprudencia por parte de King. Si bien es cierto que el dueño del manuscrito todavía niega que sea un fraude, el relato de cómo lo consiguió está lleno de incoherencias.
El códice, al que King llamó de manera un tanto sensacionalista “el evangelio de la mujer de Jesús”, fue presentado en Roma en septiembre de 2012. Ante las dudas de algunos historiadores sobre su autenticidad, la historiadora pidió que se realizaran pruebas sobre la tinta, la escritura y la antigüedad del material. Estas no encontraron pruebas de una falsificación. No obstante, como explica Sabar, estos resultados no eran ni mucho menos definitivos: alguien podía haber adquirido un papiro antiguo (bastaría una cuenta en eBay), y después haber seguido una receta tradicional para confeccionar la tinta, sin utilizar aditivos modernos. Sí que llamó la atención de la comunidad científica la utilización anacrónica de ciertas grafías, pero King siguió defendiendo la autenticidad del documento.
La especialista que dio a conocer el papiro reconoce ahora que probablemente es un fraude
Sabar, que cubrió el asunto desde el principio, decidió investigar la cadena de propiedad del manuscrito: de dónde provenía y cómo había llegado hasta las manos de su actual propietario. Aunque King no quiso revelar la identidad de este, las pesquisas del periodista le llevaron hasta Walter Fritz, un alemán residente en Estados Unidos.
Fritz al principio negó ser el dueño del documento, aunque después de que Sabar le contara todo lo que sabía, terminó admitiéndolo. Sin embargo, el relato de cómo lo había adquirido estaba lleno de incoherencias.
El relato del “no dueño”
Según Fritz, un hombre apellidado Laukamp lo compró en la Alemania Oriental en 1963, y años después, en 1982, consultó sobre su valor a un egiptólogo, Peter Munro. Este le confirmó a través de una carta que se trataba de un papiro antiguo. Otro estudioso, amigo de Munro, comunicó a Laukamp (en una nota manuscrita que este guardaba) que el documento hablaba de “la esposa de Jesús”.
Según descubre Sabar, Fritz conoció a Laukamp a principios de los noventa en Berlín. Años después, se incorpora a la empresa de repuestos de coche que este y un amigo suyo habían fundado, y pronto se convierte en el presidente de la rama americana del negocio, hasta su quiebra en 2002. Según Fritz, Laukamp le vendió el manuscrito, junto con otros, en 1999.
Fritz los conservó desde entonces, pero en 2009 –siempre según su versión de los hechos– se los quiso vender a un comerciante de arte londinense al que conocía. Este, después de examinarlos, le ofreció 50.000 dólares, mucho más de lo que él esperaba. Entonces, intrigado por el valor real de los documentos, Fritz contactó por primera vez con la historiadora Karen King, cuyos libros había leído por su interés en la egiptología y la cristiandad primitiva. El marchante de arte, irritado por que Fritz hubiera revelado la existencia del códice a una experta, canceló el trato. Así, en diciembre de 2011, el dueño del códice se lo entregó a King.
Una historia de incoherencias
Hasta aquí el relato de Fritz, en el que aparece como un simple hombre de negocios, interesado por los documentos antiguos. Sin embargo, la investigación de Sabar descubre muchos puntos oscuros de la historia.
En primer lugar, el contrato de venta (del que Fritz solo suministró una copia a King, no el original) está fechado en noviembre de 1999, y según Fritz, se firmó en Florida. Sin embargo, Laukamp estaba en Alemania en esas fechas, cuidando de su mujer moribunda.
Además, ese mismo contrato decía que Laukamp había conseguido los documentos en 1963 en la Alemania Oriental, pero, según cuenta su familia, en ese momento acababa de huir a la zona occidental, y parece poco probable que regresara, arriesgando su libertad, solo para obtener unos manuscritos cuyo valor desconocía. Esto podría cuadrar en un Indiana Jones, pero no en él: sus intereses culturales eran muy limitados, y solo terminó la educación obligatoria.
Sabar ha descubierto lagunas e incoherencias en el relato de cómo el manuscrito llegó hasta su último propietario
La carta de Munro (el egiptólogo) a Laukamp, también parece una falsificación de Fritz. La mujer de Munro, entrevistada por Sabar, no oyó comentar nada a su marido, algo extraño si este realmente hubiera descubierto un documento tan relevante. Por otra parte, la misiva estaba dirigida a una dirección que ni siquiera existió, y escrita con una tipografía nada usual en la Alemania Oriental de los años ochenta.
Algunos hechos de la vida de Fritz no mueven a darle crédito. En 1991 publica un artículo en una prestigiosa revista de egiptología, pero le acusan de haber plagiado las ideas de uno de sus maestros y se esfuma. Años más tarde volverá a desaparecer de escena después de que surjan denuncias de robo en un museo que dirige. Por otra parte, durante sus entrevistas con Sabar, cambia de versión en varias ocasiones: primero no es el propietario del documento, luego sí; primero no ha traducido él el texto del copto; luego sí.
Otras historias escabrosas le rodean: unos supuestos abusos a manos de un sacerdote en su juventud, las “voces de ángeles” que escucha su mujer, su relación con el mundo de la pornografía, su obsesión por los evangelios gnósticos y las teorías sobre el ocultamiento del papel de la mujer dentro del catolicismo, etc.
Mucho espectáculo y menos rigor
Pero más allá de Fritz, la investigación de Sabar muestra una actuación imprudente por parte de King. Es cierto que desde el primer momento, ella aclaró que el texto no probaba nada sobre la verdad histórica de Jesús ni una supuesta relación con una mujer, sino simplemente que en algunos círculos de la primera cristiandad se discutían estas teorías. Sin embargo, ella contribuyó al sensacionalismo dando al papiro el nombre de “el evangelio de la mujer de Jesús” y convocando a los principales medios norteamericanos a la rueda de prensa de presentación.
Después de que Sabar publicara su investigación y comunicara sus resultados a King, la historiadora, que al principio rechazó la colaboración del periodista, ha terminado por admitir que lo más probable es que todo el manuscrito sea un fraude.